El Siervo Bueno (a), mientras hablaba de aquellos a quienes la envidia –esa antigua enfermedad de Iblís, maldígalo Dios– los ha cegado hasta quedarse sin razonamiento, dijo: «Encontré a uno de ellos, por ejemplo, que dice: “Si el sol es Muhammad,[1] ¿cómo puede decir Abraham: que no ama a los que declinan, es decir, ¿acaso no ama a Muhammad (s)”?
Y esto es lo más repugnante que he escuchado, pues él interpreta “sol” como si fuera este sol. La misma pregunta, si se la hiciera a sí mismo y con su propia interpretación, sería: “¿Cómo puede decir Abraham (a) que no ama al sol?, ¿qué culpa tiene? ¿y qué hay de malo en él para que Abraham (a) no lo ame?”. Si se hiciera la pregunta a sí mismo, se respondería que no ama considerarlo como Señor Absoluto y Divinidad Absoluta, porque él (a), antes de decir “no amo”, dice “este es mi Señor”. Entonces, lo que Abraham no ama no es lo señalado en sí, sino la consideración que hizo de él, es decir, que sea un Señor Absoluto.
Pero la envidia los ha cegado a tal punto, que apenas pueden razonar, entonces hacen problemas con cuestiones cuyas respuestas se aclararían si se las remitieran a sí mismos».
[1] La interpretación del sol como el Mensajero de Dios (s), aparece con frecuencia en las narraciones de la Gente de la Casa –con ellos sea la paz. Entre ellas: de Abu Basir, de Abu Abdulá (a), que dijo: Le pregunté sobre la palabra de Dios: {Por el Sol y su claridad}. Él dijo: «El sol es el Mensajero de Dios (s), con el que Dios aclaró a los hombres su religión…», Bihar al-Anwar, vol. 24, pág. 70. Y de Ibn Abbás, que dijo: El Mensajero de Dios (s) dijo: «Mi ejemplo entre vosotros es como el sol y el ejemplo de Alí es como la luna, así que si se oculta el sol, guiaros por la luna», Bihar al-Anwar, vol. 24, pág. 76.
Del libro Con el Siervo Bueno de Ahmed Alhasan (a)