Un día pedí consejo a un siervo piadoso de Dios, y él recordó la situación de los profetas y los albaceas que nos precedieron, que prepararon el camino para los auxiliares de la verdad y les mitigaron muchas penas, pero con sus propias penas y dolores.[1]
Luego dijo –que mi espíritu sea su rescate–: «… Lo que se os pide es que toméis la decisión correcta y la elección correcta entre el “yo”… y el “Él”, y cuando la elección sea correcta, y cuando el ser humano creyente se salve del “yo” y logre aquello para lo cual han venido los profetas y albaceas (a)».
Dije: ¿Y cómo se asienta eso en el corazón, ¿hay algún camino?
Entonces dijo (a): «El conocimiento».
Dije: El ser humano puede conocer algo, pero pronto lo olvida, entonces su efecto desaparece y cae en el error de nuevo.
Dijo (a): «El conocimiento verdadero es la realidad misma de la criatura y no se olvida ni desaparece, es la fe asentada».
Dije: ¿Y cuál es el camino para que el ser humano haga de su conocimiento y fe algo verdadero y asentado que no desaparezca?
Dijo (a): «Cuando él mismo es el conocimiento. El que se quema con fuego y se convierte en fuego. Pero si te refieres a la acción que lleva a esto:
Primero: Que aplique todo lo que Dios le ordena, y todo a lo que Él lo oriente, y se perfume con todo carácter que complace a Dios, y evite todo carácter que disgusta a Dios, y luego que no pida el Paraíso ni evitar el fuego, etc., sino solamente estar parado en la puerta de Dios y actuar en lo que Él quiera. Y que luego, comprenda lo siguiente: que si dice “sáname”, “dame”, “provéeme”, “haz por mí así”, en todas estas súplicas está diciendo “yo”.
Pues, se supone que debe estar completamente convencido de que le basta estar parado en la puerta de Dios y que Dios lo usara por Su favor para con él. Pues si Él, Glorificado sea, lo usara desde que creó el mundo hasta que sea llegue la Hora y luego lo metiera al fuego, habría sido benevolente con él. ¿Y cómo no sería benevolente quien me ha hecho existir de la nada, y luego me ha honrado al usarme para ser una piedra que Él arroje como quiera? Y qué favor es mayor que este? Es más, si me metiera al fuego perpetuamente después de esto, habría sido bondadoso conmigo; porque en todo lo que ha pasado ha sido bondadoso, y en lo que viene es bondadoso. Yo merezco más que el fuego; porque me miro a mí mismo.
Se supone que el ser humano permanezca continuamente parado en la puerta de Dios con la esperanza de que le haga el favor y lo use. Se supone que la acción del ser humano con Dios no sea a cambio de un precio o recompensa, es decir, se supone que no pida precio ni recompensa. ¿Considerarías buena persona a quien pida un pago o recompensa a cambio de un simple servicio que haya ofrecido a un hombre generoso que le ha proporcionado en el pasado casa, dinero, trabajo y todo lo que necesita en su vida sin nada a cambio? ¿Cuánto menos con Dios, Glorificado sea, que si te usa te honra, y tu trabajo con Él es un honor para ti y un bien que te alcanza? ¡¿Cómo pedirías algo a cambio de eso?!».
[1] Su mención completa estará en la quinta estación, relacionada con la exposición de algunos de sus consejos.
Del libro Con el Siervo Bueno de Ahmed Alhasan (a)