• Categoría de la entrada:Con el Siervo Bueno
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El Yamani de la Familia de Muhammad, el Sayed Ahmed Alhasan (a), al describir su situación en las narraciones de sus padres puros, dijo:

«Por Dios, el Mensajero de Dios (s) y mis padres los Imames (a) no dejaron nada de mi mandato sin explicar. Me describieron con precisión, me nombraron y explicaron mi morada. No quedó ninguna ambigüedad sobre mi asunto, ninguna duda sobre mi situación después de esta explicación. Y mi asunto es más claro que el sol del mediodía, y yo soy el primero de los Mahdis y el Yamani prometido».[1]

Y vino –que mi espíritu sea su rescate– tal como ellos –las bendiciones de Dios sean sobre todos ellos– lo habían esclarecido: frente a todos sus signos y evidencias que presentó como argumento. Y que nos diga aquel que ha examinado las evidencias de esta bendita convocatoria –ya sea de lo que escribió con su noble mano el Siervo Bueno (a), o de lo que escribieron con su diestra sus partidarios en decenas de libros e investigaciones en los que expusieron la verdad, que nos diga qué ha encontrado en ellos aparte del detalle de lo que concluyó en su noble exposición mencionada.

Y sin duda, a quienes afirman pertenecer a ellos –las bendiciones de mi Señor sean con ellos–, eso debería aumentarles la certeza. Pues quien sigue a alguien, lo ama; y si lo ama, lo sigue en sus palabras. De lo contrario, no quedaría del shiísmo más que el nombre de la adhesión, lo cual no aprovecha ni sacia de hambre, como es evidente.

Ahora bien, ¿qué dice aquel que afirma ser shií de la familia de Muhammad (a) después de la venida de Ahmed Alhasan, tal como ellos lo anunciaron? ¿Acaso no deberían obedecerle y creer en él, después de que la familia de Muhammad (a) lo confirmó, e incluso aclararon todo lo relacionado con su asunto siglos antes de su llegada, y vino exactamente como lo habían descrito?

Sí, eso es lo que se supone. Pero la realidad de hoy es exactamente lo contrario: no creyeron en él más que unos pocos, tan pocos como la sal en la comida, o el kohl en el ojo, o lo más raro de lo raro, tal como también lo aclararon los Purificados. Y Dios quiso confirmar las palabras de los Purificados, mientras que los que dicen saber, los juristas del Final de la Época y sus seguidores insistieron en desmentir sin ninguna evidencia, en condenar, en burlarse, incluso en declarar la guerra y dictaminar que lo maten a él y a sus Auxiliares, tal como hicieron sus predecesores que se opusieron a los sucesores de Dios. Es más, llegaron al punto de proponer ellos mismos un modo de reconocer al convocador de la verdad, recordándonos así la misma tradición de quienes los precedieron.

Algunos quieren reconocer al Resurgente a través de la ciencia de los principios;[2] otros, que su barba se convierta de blanca a negra; un tercero, escondiendo algo en su corazón ennegrecido; un cuarto, un quinto, y así sucesivamente… Claro está, esto es lo que dicen sus juristas y eruditos, no hablo de sus necios seguidores. Y no sé, si pretenden conocer al Resurgente con tales cosas, ¿qué valor tienen entonces decenas, incluso cientos, de narraciones transmitidas sobre el Resurgente, acerca de cómo reconocerlo, de sus señales de aparición, y… y… y todo lo que a él concierne? ¿Qué valor tiene todo eso, según su punto de vista, si quieren reconocerlo con lo que ellos mismos inventan?

Sea como fuere, y dado que la presente investigación no está dedicada a explicar la situación de los juristas del mal y la gravedad de su crimen contra la familia de Muhammad (a) hoy, sino a exponer las palabras del Convocador de Dios que se vinculan a las evidencias de la verdad, mencionaré una pregunta al respecto y la respuesta de él (a). Y pido disculpas ante Dios, ante Muhammad y su familia, y ante él —que mi espíritu sea su rescate— por lo que he hecho. Y ruego a los hermanos nobles que presten atención y se den cuenta, pues el creyente no se deja morder dos veces desde la misma madriguera.

Un día pregunté al Siervo Bueno (a) y le dije: Hay uno de los ajbaríes[3] que tiene un grupo en cierto lugar; uno de nuestros hermanos se encontró con él y le expuso el asunto, pero él insistió en que vuestro compañero debería responder a dos preguntas cuyo conocimiento no pertenece sino a Dios… Y me disculpo, mi señor, por transmitirte esto.

Y me respondió (a): «Las evidencias son muchas y suficientes. No tengo absolutamente nada más para ellos, ni por amor ni por honra. Quien quiera creer, que crea, aunque sea pecador, y que pida perdón; quizá Dios lo acepte.

Os ruego que estéis a la altura de la responsabilidad al predicar. Es decir, no entiendo esto: ¿sois creyentes? ¿Entendéis lo que es la fe? ¿Sabéis a quién predicáis? ¿Sabéis lo que estáis predicando? ¿No debería terminar esto al menos entre vosotros? ¿Es razonable que hasta hoy se me pida una señal para cada individuo, incluso de vosotros o de quienes transmitís estas cosas?

Es decir, si el asunto fuera como pretenden esos ignorantes –que yo traiga un milagro individual para cada uno que lo obligue a creer–, entonces por lo menos iría a obligar al presidente de China o al presidente de América. ¿Por qué habría de obligar a este ignorante, sólo porque le siguen cinco o seis personas, como él mismo alega? ¿No sería más lógico forzar a sus presidentes y gobernantes, siendo que además son países atrasados materialmente?

Te ruego, desde hoy, que seas firme con ellos, –me refiero a los auxiliares– son los auxiliares quienes transmitieron esto contigo. Si ellos dan lugar a que el otro pida semejante petición, entonces debes hacerles comprender lo que significa esa petición, y cuál es la utilidad de todo lo que he dicho y escrito, si venís después y me transmitís tales cosas.

Glorificado sea Dios. Te contaré una visión que vi hace dos días y que tiene relación con lo que me acabas de transmitir. Me vi a mí mismo en un lugar, muy dolorido, gritando «¡Tía!» a gran voz, repitiéndolo una y otra vez, como si llamara a la Señora Zéinab (a), Madre de las desgracias, para quejarme ante ella. Y empecé a gritar: «¡Tía Zéinab!», repitiéndolo varias veces, hasta que llegué a un mausoleo muy grande. Puse mi mejilla sobre el mausoleo, y me quejaba y lloraba ante ella. Le dije: «Tía, tú eres la que sufre, oh Madre de las desgracias, pero lo que me ha sucedido me ha hecho venir a quejarme ante ti». Y después vi que todo había terminado, y que se había concedido un alivio de parte de Dios».

Entonces le dije: Perdóname por el derecho de tu purificada tía. Que Dios te dé la victoria y te conceda alivio. Para mí, y tú lo sabes, la muerte es más llevadera que ser causa de tu dolor.

Y dijo (a): «No, jamás. Yo soy vuestro servidor. Dios es testigo de que os amo. Sólo es la voluntad de Dios que las cosas sigan su curso. Te pido disculpas si te he causado algún daño o dolor.

Pido a Dios que os conceda el éxito, os afiance y os de la victoria. Y sabed que el desvío de la verdad comienza únicamente con un paso; quizá quien lo de encuentre una excusa con la cual pretenda justificarse ante los principios, la moral y la religión divina. Pero al final descubrirá que ha abandonado la religión y se ha separado de Husein (a), y que no le queda de Husein (a) nada más que la apariencia externa. Este paso –Dios ya os lo ha mostrado– ya lo han dado ciertos hombres, y habéis visto adónde han llegado hoy. Los profetas y los albaceas no hallaron un día de descanso en esta mundo temporal, porque eran buscadores del más allá. En cambio, quienes buscan un día de descanso o esperan encontrar un día de descanso en los días venideros, están equivocados; pues con ello buscan el mundo temporal y ponen sus esperanzas en el mundo temporal. ¿Acaso no habéis oído la palabra del Comandante de los Creyentes, y Maestro de los Creyentes (a), cuando dijo: “He sido oprimido desde que nací; Aqil tenía oftalmía y decía: No me pongan colirio hasta que se lo pongan a Alí”.[4] Así era su situación cuando era pequeño, y ya habéis oído cómo fue su estado siendo mayor».

 


[1] Libro Alegorías, vol. 3, pregunta no. 144. Concierne específicamente a la narración del Yamani.

[2] علم الأصول: ‘ilm al-usul Ciencia de los principios. Se refiere a los principios de la jurisprudencia islámica (أصول الفقه – usul al-fiqh) seguida por los usulíes.  (N. del T.)

[3] Los ajbaríes son una escuela duodecimana de jurisprudencia minoritaria que rechaza el uso de la razón a la hora de derivar veredictos islámicos, en contraposición a los usulíes. (N. del T.)

[4] Bihar al-Anwar, vol. 27, pág. 62. La aclaración explica que «ذرّ الدواء» (dharr al-dawa’) significa esparcir o rociar la medicina.


Del libro Con el Siervo Bueno de Ahmed Alhasan (a)