En nombre de Dios, el Misericordioso, el Misericordiosísimo

La alabanza a Dios, Señor de los mundos, Dueño del Reino, Conductor del firmamento, Sujetador de los vientos, Despuntador del alba, Juez de la religión, Señor de los mundos. La alabanza a Dios que por temor a Él se estremecen el cielo y sus habitantes, tiemblan la Tierra y sus poblados, y se agitan los mares y quienes nadan en sus profundidades.

Oh Dios, bendice a Muhammad y a la familia de Muhammad, el arca que surca los abismos insondables. Quien la aborda está a salvo, quien la abandona se ahoga, el que se adelanta a ellas es un apóstata, el que se retrasa a ellas es aniquilado y el que no se separa de ellas sobrevive.

La alabanza a Dios, que ha designado para nosotros líderes y guías que nos conducen por el camino correcto y del destino inmaculado para alcanzar la meta por la cual Dios Poderoso y Majestuoso nos ha creado. Dijo el Altísimo {Y no he creado a los genios y a los hombres sino para que me adoren},[1] es decir, para que sepan, como ha sido interpretado por la familia de Muhammad (a).

Y ha sido de las amabilidades del Altísimo habernos puesto una ley con la cual reconocer a sus argumentos, para distinguirlos de los impostores. La ley señalada se compone de tres eslabones: el primero, el testamento; el segundo, la ciencia; y el tercero, la convocatoria a la soberanía de Dios Altísimo.

De Abu Yarud, que dijo: «Dije a Abu Yafar (a): “Cuando parta el Imam, el Resurgente de la Gente de la Casa, ¿por qué se reconocerá a quien venga después de él?”. Dijo: “Por la guía, la humildad y el reconocimiento de la familia de Muhammad de su mérito. No se le preguntará nada de entre las dos cubiertas[2] sin que lo responda”».[3]

Se narró del Imam As-Sadiq (a): «Si algún reclamante convoca, preguntadle sobre las grandes cuestiones sobre las cuales solo alguien como él puede responder».[4]

Y de As-Sadiq (a): «… Dios no ha puesto argumento en Su Tierra al que se le pregunte sobre algo y diga “no lo sé”».[5]

Y de Hisham Bin Al-Hakam, sobre Abu Abdulá (a), que dijo al maniqueo que le preguntó cómo confirma a los profetas y mensajeros, y él dijo «Cuando hemos confirmado que tenemos Creador, Hacedor, Exaltado…», hasta que dijo (a): «para que la Tierra de Dios nunca quede sin un argumento que posea el saber que indica la veracidad de lo que dice y la legitimidad de su justicia».[6]

Y de Hariz Bin Mugaira An-Nadarí, que dijo: «Dije a Abu Abdulá (a): “¿Con que se reconoce al compañero de este asunto?”. Dijo: “Por el sosiego, la solemnidad, el saber y el testamento”».[7]

El Sayed Ahmed Alhasan, Albacea y Mensajero del Imam Al-Mahdi (a) y Yamani prometido, ya ha sido mencionado en el testamento del Mensajero de Dios (a) trasmitido por el jeque At-Tusi en su libro La ocultación, además de otros eruditos shiíes. Ha sido mencionado en muchas narraciones de la Gente de la Casa (a), así que su asunto está más claro que el sol al mediodía. Pero la gente, muy lamentablemente, tiene sus corazones apoderados por lo que se estaban ganando, {Pero no. Se apoderó de sus corazones lo que se estaban ganando}.[8]

Y aquí está él, la paz de Dios sea con él, alzando en cada instante un estandarte guía de su saber, confirmando sobre este a todo dotado de corazón sano que él se sirve del mar ilustre y de la fuente límpida. Este libro que tenemos entre manos, como todos sus otros libros, es una prueba completa y retórica que revela con claridad que el Sayed Ahmed Alhasan (a) es de los arraigados en la ciencia de aquellos a los que Dios ha elegido y les ha entregado el libro y la sabiduría.

Este libro es una joya de las joyas de la familia de Muhammad (a) que aclara un secreto coránico que ha dejado perplejas las mentes de los eruditos, cuyas palabras han quedado sofocadas y enrarecidas, llenas de ambigüedades sin lograr alcanzar la realidad del secreto que Dios vedó, pero cuyas llaves colocó en las manos de Sus argumentos sobre la creación.

La identidad del Siervo Bueno, el Erudito, el Verdeante,[9] o la confluencia de los dos mares, ha quedado como un enigma desafiante para el entendimiento de los eruditos musulmanes. Y hubiera sido más apropiado que evitaran haberse inmiscuido en ello, ya que no eran de aquellos a los que se había dirigido el libro. Pero ellos, por diversos motivos, insistieron en inmiscuirse cometiendo una gran injusticia y agravio contra esta esta gran personalidad. Y no se conformaron con ello, sino que echaron más leña al fuego. Sus palabras se convirtieron en un grueso velo que ocultó la realidad de la historia coránica, de sus personajes, sus acontecimientos y su sabiduría. Se dejaron arrastrar por las suposiciones que sus mentes habían conseguido y por las conjeturas relacionadas con la realidad de la infalibilidad y el saber de los profetas (a). Fueron como un leñador en la noche, que no sabe dónde va a caer su hacha.

Quizás, el lector imparcial vea con claridad que la explicación del Sayed Ahmed Alhasan (a) tiene la fuerza y el brillo que da tranquilidad al alma y la nutre completamente, pues los razonamientos que presenta cautivan por igual tanto a la mente como al corazón. Las personas llegarán por igual a esta conclusión, sea cual fuere su nivel de diferencias.

A pesar de la profundidad de los razonamientos, los expresiones que utiliza son fáciles y simples, pero con esa simplicidad y facilidad milagrosa que cae dentro del marco de lo que se conoce como “facilidad inaccesible”. En las expresiones del Sayed Ahmed Alhasan (a) no hay esa complejidad repelente que abunda en las palabras de otros a quien la gente llama “exégetas”. No hay largos e interminables preámbulos lingüísticos, ni sofismas lógicos o filosóficos que exponen la ignorancia de su autor más que otra cosa. Las palabras del Sayed y sus expresiones dan directamente en el blanco y por el camino más corto, siendo comprensibles para la gente de diferentes niveles culturales. Además de lo anterior, poseen una cualidad única que difícilmente se encuentra en el estilo de los retóricos: esa milagrosa fuerza inspiradora que le hace sentir al lector que las palabras del autor brotan directamente de su corazón, sentir que está sentado con él conversando cara a cara, que abarca todas las cuestiones que puedan surgir en la mente, y que responde a estas cuestiones incluso antes de que aparezcan en la mente del lector. De esta manera, conduce al lector con facilidad, sencillez y beatitud hasta alcanzar con él el objetivo.

En verdad, me asombro mucho de quienes dicen que el Sayed Ahmed Alhasan carece de lo que poseían sus padres purificados, la retórica y la elocuencia incomparables. No encuentro más motivo para lo que dicen excepto que ignoran la realidad de la retórica y que sus corazones están tan ciegos por la envidia y la malicia que ya no ven ni el sol brillando.

Por lo tanto, aquí hay un nuevo signo científico que el Sayed Ahmed Alhasan (a) pone ante vosotros. Para que lo veáis como un signo científico en todo el sentido de la palabra, es suficiente con que dejéis de observarlo con ojos de descontento y de rechazarlo prejuzgándolo de antemano. Debéis abrir el oído de vuestros corazones y sacudir de ellos todas las provocaciones engañosas llenas de odio difundidas por los eruditos del Final de la Época. Entonces descubriréis qué resplandeciente y espléndido es el sol del Sayed Ahmed Alhasan (a), {Pues, si dais la espalda, yo no os he pedido retribución. La retribución no está sino en Dios y se me ha ordenado que sea de los musulmanes}.

Y la alabanza a Dios, solo a él, solo a él, solo a él.

Profesor Razaq Al-Ansarí

Ansar de Dios y del Imam Al-Mahdi (fortalézcalo Dios en la Tierra)


[1] Sagrado Corán – sura «Ad-Dariyat» (Los vientos huracanados), 56.

[2] Las tapas del Corán.

[3] Al-Imama wa At-Tabsira, pág. 137.

[4] Gaiba de Numani, pág. 178.

[5] Al-Kafi, vol. 1, pág. 227.

[6] Al-Kafi, vol. 1, pág. 189.

[7] Bihar al-Anwar, vol. 52, pág. 138.

[8] Sagrado Corán – sura «Al-Mutaffifin» (Los defraudadores), 14.

[9] Al-Jidr, personaje que aparece en el Corán.


Extracto del libro El viaje de Moisés a la confluencia de los dos mares del Imam Ahmed Alhasan (a)