De lo anterior hemos aprendido que el mismo Siervo Bueno es la confluencia de los dos mares, y que los dos mares son Alí y Fátima —con ambos sea la paz. Por lo tanto, él es uno de los Imames y Mahdis (a). Queda saber quién es él y por qué es precisamente él el que se encuentra con Moisés (a), ya que el hecho de que él en particular haya sido designado debe tener una razón. En realidad, el Siervo Bueno es un Resurgente de la familia de Muhammad y el motivo de que Moisés se encontrara con él en particular es porque Moisés (a) deseaba su posición, deseaba ser un Resurgente de la familia de Muhammad (a). Y ahora, después de encontrarse con él, Moisés supo que no podía ser un Resurgente de la familia de Muhammad, después de haber fallado con él una vez tras otra. Así que la respuesta práctica de Dios a la pregunta de Moisés (a) fue que se encuentre con aquel cuya posición anhelaba, para que Moisés reconociera y sintiera su incapacidad, su incompetencia y su negligencia.

De Sálem Al-Ashil, que dijo: «Escuché a Abu Yafar Muhammad hijo de Alí Al-Báqir (a) decir: “Moisés hijo de Imrán miró en el Primer Pentateuco el empoderamiento y el favor que se le otorgaría al Resurgente de la familia de Muhammad. Entonces, Moisés dijo: ‘Señor, hazme el Resurgente de la familia de Muhammad’. Y se le dijo: ‘Eso es de la descendencia de Ahmed’. Luego miró en el Segundo Pentateuco, encontró lo mismo y dijo lo mismo, y se le dijo lo mismo. Luego miró en el Tercer Pentateuco y vio lo mismo, dijo lo mismo y se le dijo lo mismo”».[1]

Además, el encuentro de Moisés (a) con el Resurgente de la familia de Muhammad en particular tuvo un gran beneficio para Moisés (a), ya que el Resurgente es quien difunde la ciencia, el conocimiento y el monoteísmo resultante de la unión de los dos mares, Alí y Fátima —con ambos sea la paz—, es decir, las veintisiete letras. Aunque cualquiera de los Imames y Mahdis de la progenie de Alí y Fátima —con ambos sea la paz— puede ser llamado la confluencia de los dos mares, el Resurgente de la familia de Muhammad (a) tiene una particularidad con este nombre, siendo él quien difunde entre los hombres la ciencia del monoteísmo y el conocimiento resultante de la unión de los dos mares, Alí y Fátima —con ambos sea la paz.

De Abu Abdulá (a), que dijo: «La ciencia son veintisiete letras. Todo lo que trajeron los mensajeros fueran dos letras. Y los hombres no han conocido hasta hoy más que esas dos letras. Cuando se levante nuestro Resurgente, divulgará veinticinco letras y las trasmitirá entre los hombres. Y les sumará las dos letras hasta propagar veintisiete letras».[2]

La cuestión por la que Moisés (a) fue dirigido a encontrarse con el Siervo Bueno era una cuestión de conocimiento y ciencia. Por consiguiente, el mejor para encontrarse con Moisés (a) era quien difunde la ciencia del monoteísmo entre los hombres. La ciencia del monoteísmo y el conocimiento resultante de la unión de los dos mares, la ciencia y el conocimiento, Alí (a) y Fátima —con ambos sea la paz. Se ha narrado de ellos (a):

En el Tafsir de Al-Qummi (vol. 2, pág. 38): «Cuando el Mensajero de Dios (s) informó a los Quraish sobre la historia de los compañeros de la caverna, ellos dijeron: “Infórmanos sobre el Sabio al que Dios ordenó a Moisés (a) seguir y su historia”. Entonces Dios Poderoso y Majestuoso hizo descender {Y cuando dijo Moisés a su muchacho: «No desistiré hasta que alcance la confluencia de los dos mares, o he de pasar una era»}».

Dijo: «La razón de ello fue que cuando Dios habló a Moisés directamente e hizo descender sobre él las tablas como dijo Dios Altísimo {Y hemos escrito para él en las tablas de cada cosa como exhortación y detalle de cada cosa} Moisés regreso a los hijos de Israel, subió al púlpito y les informó que Dios ya había hecho descender sobre él la Torá y que le había hablado. Entonces se dijo a sí mismo “Dios no ha creado ninguna criatura que sepa más que yo”. Entonces Dios inspiró a Gabriel: “Ve hacia Moisés, pues ya se ha perdido. Y hazle saber que ‘Donde se encuentran los dos mares, junto a la roca, hay un varón que sabe más que tú. Ve con él y aprende de su ciencia’”. Entonces, Gabriel descendió sobre Moisés (a) y se lo informó. Moisés se sintió humillado, supo que se había equivocado y un temor lo invadió. Entonces le dijo a su albacea, Josué hijo de Nun: “Dios me ha ordenado seguir a un varón que está donde se encuentran los dos mares y a aprender de él”. Así que Josué se aprovisionó con pescado salado y ambos salieron. Cuando salieron y alcanzaron ese lugar, encontraron a un varón recostado sobre su espalda y no lo reconocieron… y olvidaron el pescado, y esa agua era el agua de la vida, pues el pescado revivió y entró al agua. Entonces Moisés prosiguió y con él Josué hasta el anochecer. Y Moisés dijo a su albacea “{«Tráenos nuestro almuerzo, ciertamente ya hemos sufrido por nuestro viaje esta fatiga»}”, es decir, por el cansancio, entonces su albacea recordó el pescado y le dijo a Moisés “olvidé el pescado sobre la roca”. Y Moisés dijo: “Ese varón que vimos por la roca es lo que buscamos”. Entonces ambos regresaron {sobre sus huellas siguiéndolas}, es decir, hacia donde estaba el varón, que estaba en su azalá. Así que Moisés se sentó hasta que terminara su azalá y él les deseó la paz a ambos».

De Ishaq hijo de Ammar, de Abu Abdulá (a), que dijo: «El ejemplo de Alí (a) y nuestro ejemplo después de él en esta nación es como el ejemplo de Moisés (a) y el Sabio, cuando se encontró con él, lo interpeló y le pidió su compañía. Y les ocurrió lo que Dios narró a su profeta (s) en su libro. Y esto fue lo que Dios le dijo a Moisés: {Dijo: «Oh, Moisés, te he elegido por sobre los hombres con mis mensajes y mis palabras. Así que tomad lo que te he dado y sé de los agradecidos»}. Luego dijo: {Y hemos escrito para él en las tablas de cada cosa como exhortación y detalle de cada cosa}».

El Sabio tenía una ciencia que no había sido escrita para Moisés en las tablas. Y Moisés había supuesto que todas las cosas que necesitaba estaban en su arca, y que toda la ciencia había sido escrita para él en las tablas. Tal como lo suponen esos que se hacen llamar juristas o eruditos. Dicen haber establecido en la religión toda la ciencia y la jurisprudencia que esta nación necesita, y que lo han verificado del Mensajero de Dios (s), y que lo han aprendido y memorizado. Y no han aprendido toda la ciencia del Mensajero de Dios (s), ni les ha llegado del Mensajero de Dios, ni la conocen. Así es que cuando algo de lo lícito, lo ilícito o de los estatutos los refutan, ellos lo cuestionan. No tienen ninguna tradición islámica del Mensajero de Dios (s) y se avergüenzan de que los hombres les atribuyan ignorancia. Detestan ser consultados y no poder responder, y que los hombres busquen la ciencia en su fuente. Por eso recurren a la opinión y a la analogía en la religión de Dios, abandonan la tradición islámica y caen en la innovación. Y el Mensajero de Dios (s) ya había dicho: “Toda innovación es perdición”.

Si cuando se les pregunta sobre algo de la religión de Dios de lo cual no tienen ninguna tradición islámica del Mensajero de Dios, lo remitieran a Dios, al Mensajero y a los que han recibido el mandato de ellos, conocerían a quienes entre ellos pueden deducirlo de la familia de Muhammad (a). Lo que les impide buscar la ciencia de nosotros es la enemistad y la envidia hacia nosotros. ¡No, por Dios! Moisés (a) no envidió al Sabio. Dios le inspiró a Moisés, profeta de Dios, que cuando se encuentre con él, hablara con él y lo reconociera por la ciencia, y que no lo envidiara como esta nación nos ha envidiado después del Mensajero de Dios (s) por lo que nos ha enseñado y legado el Mensajero de Dios (s). Ellos no han preferido venir a nosotros por nuestra ciencia como Moisés (a) prefirió ir al Sabio para preguntarle y acompañarlo para aprender de él y ser guiado por él.

Así pues, cuando cuestionó al Sabio por ello, éste supo que Moisés (a) ya no podía ser su compañía, ni tolerar su ciencia, ni ser paciente con ella. Entonces, el Sabio dijo: {«¿Y cómo serías paciente con aquello de lo que no tienes completa información?»}. Entonces Moisés (a), subordinándose y congraciándose con él, le dijo que lo aceptara: {«Me encontrarás, si quiere Dios, paciente y no te desobedeceré ninguna orden»}. Y el Sabio ya sabía que Moisés (a) no sería paciente con su ciencia.

Y este mismo, por Dios, oh, Ishaq hijo de Ammar, es el caso hoy de esos jueces, sus juristas y sus grupos. No toleran, por Dios, nuestra ciencia, no la aceptan ni la soportan, no la adoptan ni tienen paciencia con ella. Tal como no fue paciente Moisés (a) con la ciencia del Sabio cuando lo acompañaba y vio lo que vio de su ciencia. Para Moisés (a) aquello era detestable, y para Dios era complaciente y es la verdad. Asimismo es nuestra ciencia para los ignorantes, detestable, y no es adoptada, mientras que para Dios es la verdad».[3]

De Abu Abdulá (a), que dijo: «Moisés subió al púlpito. Su púlpito tenía tres escalones y se dijo a sí mismo que Dios no había creado ninguna criatura que sepa más que él. Entonces Gabriel llegó a él y le dijo: “Tú has de ser probado. Baja, pues en la tierra hay quien sabe más que tú, y búscalo”. Entonces se expidió a Josué: ‘He de ser probado. Así que prepáranos provisiones y partamos…».[4]

Las narraciones aclaran que el caso de Moisés (a) era cognitivo y científico, así como se explica para quien lea las narraciones que Moisés (a) se dijo a sí mismo que era un sabio. Así que este encuentro fue una respuesta para él. Con la ciencia y el conocimiento él pretendía combatir su alma y apoderarse del yo en su interior, especialmente después de haber luchado contra sí mismo, de que Dios la haya hablado, de haber aprobado el examen y ni siquiera haberse considerado mejor que un perro sarnoso. Y no es como imaginan quienes ignoran los hechos, que él se creyó más sabio solamente en la jurisprudencia. En la última narración se explica la cuestión relacionada con la elevación y la perfección: «Moisés subió al púlpito. Su púlpito tenía tres escalones».


[1] Libro Al-Gaiba, de Muhammad Bin Ibrahim An-Numani, págs. 246-247.

[2] Bihar al-Anwar, vol. 52, pág. 336.

[3] Al-Burhan, vol. 16, tomo 5, pág. 54.

[4] Al-Ayashi, vol. 2, pág. 332.


Extracto del libro El viaje de Moisés a la confluencia de los dos mares del Imam Ahmed Alhasan (a)