• Categoría de la entrada:Con el Siervo Bueno
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Un día le conté al Siervo Bueno (a) una visión que me había entristecido,[1] y al final de ella dije: “… y Dios es el que más sabe mi dolor ahora”.

Entonces dijo (a): «¿Por qué te entristeces? Te informaré algo ahora: ¿Acaso Dios Glorificado no dice “suplicadme”? Quizá el comienzo del creyente sea la súplica, pero quien conoce la realidad no puede decir: dame, sáname, haz esto por mí, quiero esto, no quiero aquello… No puede sino mantenerse en la puerta de Dios esperando que Él le conceda Su favor y lo ponga a hacer lo que Él desee, Glorificado sea.

¿Hasta cuándo seguiremos mirándonos a nosotros mismos? Por Dios, si Él, Glorificado y Enaltecido, me pusiera a hacer algo desde el principio de los tiempos hasta el final y luego me introdujera en el Fuego, habría sido bueno conmigo. ¿Y qué benevolencia es mayor que el hecho de que me utilice aunque sea por un instante? Se supone que no debemos preocuparnos sino por una sola cosa: eliminar de nuestra página negra este “yo” que apenas se separa de nosotros».

Luego le pregunté (a) y le dije: sobre lo elevado, y dije: He reflexionado sobre tus palabras anteriores acerca de que el ser humano se pare en la puerta de Dios, esperanzado. ¿Podrías enseñarme, mi señor, sobre las súplicas de los puros, y lo dicho por Glorificado a Moisés (a): «Suplícame, aunque fuera por la correa de tu sandalia»?[2] ¿A qué se refiere con esto?

Me respondió (a): «Si pides por ti mismo, hay dos cosas: la primera es que dices «yo» en cada petición y te miras a ti mismo; la segunda es que en cada petición dices “yo conozco”, “yo entiendo”, “yo sé el beneficio”. Es decir, tú eres quien identifica. Has identificado que el beneficio está en que te ocurra tal cosa y luego has pedido a Dios que cumpla lo que has identificado. En resumen, le dices a Dios Glorificado: “Yo conozco más que Tú sobre el beneficio, y yo sé más que Tú”, porque tú lo has determinado y solo le has pedido que lo cumpla. Le dices “haz esto por mí”. Es decir, has identificado que “esto” es la verdad y que en ello está el beneficio mundanal y del más allá.

Pero en las palabras que el Enaltecido dice a Su siervo: {Di: Señor mío, auméntame en ciencia}. Aquí ¿quién identifica el beneficio? Dios. ¿Por qué pides? Porque Él te dijo: “Pide esto”. En todo caso, no son palabras sino acciones, es decir, las entendemos cuando estamos en ellas, no cuando estamos fuera de ellas hablando sobre ellas».

 


[1] En resumen, era: Uno de los auxiliares me contó su visión. Me dijo: “Yo, el que escribe estas líneas y otros auxiliares nos dirigíamos a visitar al Imam Husein (a). Su mausoleo estaba lejos y caminábamos por el desierto acompañados de una mujer. Subimos a una colina y la mujer dijo: “Por aquí está el camino”. Y yo dije: “No, el camino al mausoleo es por aquí”. Y efectivamente, continuamos con dirección a Husein (a), hasta que llegamos a un lugar de descanso. De repente, se levantó un muro alto desde todas las direcciones, y nadie podía salir salvo que uno de los cinco auxiliares cumpliera una misión que consistía en subir con una motocicleta sobre coches apilados unos encima de otros, hasta llegar a la cima en un lugar específico preparado para la moto. Y con ello se abrirían las puertas del muro y quienes estaban dentro serían liberados. El que tuvo la visión cuenta de sí mismo: “Yo estaba sobre el muro observando a los cinco auxiliares. Tres de los hermanos lo intentaron y no tuvieron éxito. Luego llegó tu turno: en las primeras etapas subías bien, pero quedaba la última parte, la más difícil, porque tenía una inclinación algo desviada hasta que la moto se asentara en su lugar. Yo te dije: “Por aquí”, pero tú dijiste: “No, yo sé”, y no resultó. Después lo intentó el quinto hermano, y gracias a Dios logró llegar al lugar indicado, entonces se abrieron las paredes… y la alabanza a Dios, Señor de los mundos. Fin de la visión, aunque contenía otros acontecimientos también.

[2] Se ha transmitido en un hadiz santo lo que significa: «Oh, hijo de Imrán, suplícame por la correa de tu sandalia, el forraje de tu montura y la sal de tu masa».


Del libro Con el Siervo Bueno de Ahmed Alhasan (a)