Por Dios, es un ardor que desgarra el corazón el dolor de tu corazón, oh Siervo Bueno, por lo que han hecho y hacen los juristas del extravío, la fortaleza de Iblís reservada para combatirte antes del Día Sabido, más aún, su última fortaleza. ¡Cuántas veces lo has dicho sobre ellos!: “¿Qué tengo yo que ver con estos necios que apenas comprenden palabra alguna?”.
Y en verdad, no eres de la gente de este mundo: ni aquel día en que Moisés te vio y aprendió de ti; ni aquel día en que Dios te envió a cargar el cáliz de la crucifixión y su amargura en lugar de Jesús; ni aquel día en que eras un león junto a tu abuelo repitiendo sus embestidas para humillar las narices de los infieles con el Dulfiqar; ni siquiera hoy.
Por Dios, me repugna un mundo que te ha reunido con estos tiranos ignorantes y su jurisprudencia demoníaca, de no ser por la complacencia con Su sentencia, Glorificado sea. ¡Cuántas veces lo has dicho!: «Soy un muerto que camina entre los hombres». Que Dios ayude a tu noble corazón, que Dios te dé paciencia, ¡y qué asombro al mismo tiempo! No tengo la menor duda de que tu Señor, que te envió, te tiene en más alta estima como para rechazar tu súplica; tú eres el remanente de la familia de Muhammad. Y Dios tiene un mandato que transmitir contigo, oh amado.
¿Acaso se exhortado los juristas del fin de los tiempos sobre él, sobre combatirlo, sobre dañarlo a él y a la gente de su casa, a sus auxiliares e incluso a toda la religión de Dios? Sí, se han exhortado a todo ello junto con sus tiranos y seguidores.
Estas son algunas de sus palabras al describir su situación y su dolor por ellos. Dice: «Ellos, aparentemente, no aprenden la lección, de otro modo la enemistad contra la convocatoria de la verdad no los habría llevado a que la historia los registre en la misma casilla que Haÿÿaÿ e Ibn Ziyad. ¿Qué vileza y crimen no han cometido después de haber combatido la verdad, hasta el punto de que los medios hablan de ellos cometiendo crímenes de violación en las cárceles que avergonzarían incluso al más bajo de los tiranos? Pero, ¡Gloria a Ti!, no hay divinidad sino Tú: {¿Se han exhortado a ello? ¡Sí! Son una gente de impíos}.[1]
Hoy están embriagados de poder y no se dan cuenta de que la historia escribe para ellos las mismas acciones de vergüenza y oprobio que cometieron Haÿÿaÿ, Yazid e Ibn Ziyad. ¿Qué diferencia hay entre ellos y los que les precedieron? Dios ha confirmado las palabras de los puros (a): “Toda bandera antes del Resurgente es bandera de tirano”.[2]
Después de estos comportamientos y crímenes cometidos por los referentes y gobiernos tiránicos, ¿acaso alguien duda, por poco que sea, que son tiranos? Quizá engañen ahora a una gente que les sigue y cuyas manos se han manchado con sus crímenes; pero mañana, cuando otros revisen los hechos, mirarán y verán con claridad que son tiranos como los que les precedieron.
Hasta hoy los auxiliares están en las cárceles, en más de un país, por instigación de esos referentes religiosos: son las mismas tácticas de los tiranos que les precedieron. Y la alabanza a Dios.
También a nosotros Dios nos ha honrado con el mismo dolor y sufrimiento de los profetas y los albaceas (a): es la tradición de Dios.
Por Dios, la vida con estos tiranos opresores es hastío, tedio y dolor; y la muerte y liberación de ellos es descanso y dicha. Bienaventurados los mártires que partieron y nos dejaron con estos malditos».
Y yo dije, mientras me consumía el dolor: La alabanza a Dios; que Dios alivie a la familia de Muhammad.
Y él (a) dijo: «La familia de Muhammad, que Dios les dé alivio. Hemos expuesto la verdad. ¿Ves que haya quedado algo sin aclarar? Hemos explicado el asunto, como ha sido descrito, “más claro que el sol”.[3] Pero los hombres no quieren la verdad. ¿Qué podemos hacer con quienes eligen el camino de Iblís en lugar de la ciencia, el estudio y el conocimiento, tal como los describió el Comandante de los Creyentes: “Criaturas semejantes a los perros”?».[4]
[1] Sagrado Corán – sura «Ad-Dariyat» (Los vientos huracanados), 53.
[2] Al-Kafi, vol. 8, pág. 295.
[3] Gaiba de Numani, pág. 154.
[4] Bihar al-Anwar, vol. 2, pág. 84.
Del libro Con el Siervo Bueno de Ahmed Alhasan (a)