En nombre de Dios, el Misericordioso, el Misericordiosísimo
Y la alabanza a Dios
La paz sea con vosotros y la misericordia de Dios y sus bendiciones
En días como estos se ha sellado la vida de Alí Ibn Abi Táleb, las bendiciones de Dios sean con él.
Una vida llena de dolor y sufrimiento sin descanso.
Fue niño, pero no encontró oportunidad de jugar como cualquier otro niño que disfruta su infancia. Dios quiso que aquel que le crió fuera enviado como profeta. Y así se encontró en medio de una batalla verbal que muchas veces llegaba hasta arrojar piedras, e incluso, a menudo llegaba a desentrañarse con lanzas.
Él creció en este entorno solo para encontrarse forzado a blandir una espada para defender con ella la nueva religión, a su profeta y a los creyentes en él.
Antes de que Muhammad, bendígale Dios a él y a su familia, partiera, Dios designó a Alí como Sucesor de Dios en la Tierra después del Sucesor de Dios Muhammad, como ha sido desde siempre la tradición de Dios.
Murió Muhammad.
Y así Alí se encontró obligado a reclamar su derecho divino, mientras el pueblo se amotinaba para usurpárselo.
Reclamo que hizo que el pueblo se volviera contra él reuniendo tropas y bandas para atacar su hogar, para arrastrarlo atado con sogas, humillándolo, insultándolo e hiriendo a su esposa Fátima, la hija de Muhammad, bendígale Dios a él y a su familia, aquella de la que se había narrado auténticamente, que quien la lastimase lastimaría a su padre, Muhammad el Profeta, y enfurecería a Dios, Glorificado y Altísimo.
Murió Fátima.
Y Alí quedó oprimido y recluido en su casa más de veinte años.
Los errores se acumularon y se elevaron los gritos de los oprimidos y después de tres, la mayoría de la gente no encontró mejor solución que Alí.
El demonio lo recibió con tres guerras, reclutando para ellas a todos los demonios de la Tierra, una vez liderados por Aisha, otra por Muawiya y el hijo de Al-As, y finalmente el demonio mismo. Y estas batallas no terminaron hasta que Ali yació en su lecho, bañado en su propia sangre.
La paz sea contigo, Abul Hasan, por la magnitud del dolor y el sufrimiento que soportaste.
La paz sea contigo, Abul Hasan, pues te adelantaste mucho, lejano, y extenuaste a quien vino después de ti. Tu tragedia ha sido grande en el cielo y tu calamidad ha guiado a la humanidad, pues somos de Dios y a Él hemos de regresar.
Que Dios incremente vuestras recompensas por la conmemoración de la calamidad del Comandante de los Creyentes, Ali Ibn Abi Táleb, que las bendiciones de Dios sean con él.