• Categoría de la entrada:El becerro
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Los eruditos de los Hijos de Israel amaban el dinero y lo mundanal, y por eso los hombres se volcaron a buscar lo mundanal y el dinero, y empezaron a dejar los mandamientos de los profetas (a) tras sus espaldas. Si el erudito se corrompe, se corrompe el mundo; y todo lo que se corrompe lo arregla la sal. Pero, ¡¿si la sal se corrompe?!

Así aparecieron en la sociedad clases de personas opulentas que se saciaban hasta la indigestión, y personas necesitadas que se retorcían de hambre durante todos los días del año; trabajadores y campesinos agotados por los impuestos, y aunque trabajaban mucho, apenas podían comer sino un poco. Personas que trabajan y no comen, y otros que comen y no trabajan, y eruditos opulentos que no se preocupaban por cambiar aquellas situaciones de corrupción.

Y bajo aquel clima cargado de nubes fue enviado Jesús (a) para decir a los hombres: «Quien quiera seguirme, que se prepare para la muerte y la crucifixión». Era una convocatoria para la revolución.

Se narró de él (a) que dijo: [«Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno»].[1] Y él (a) sabía que él no podía cambiar mucho de la corrupción en aquel tiempo, pero al menos debía causar un impacto en aquella sociedad, e incluso en la historia de la humanidad sobre esta tierra, y esperar grandes resultados en el futuro, ya fuera pronto, después de su elevación al cielo, o mucho después, tras su regreso en la Resurrección Menor, es decir, en la época de la aparición del Imam Al-Mahdi, Muhammad hijo de Al-Hasan Al-Áskari (a).

Jesús (a) fue enviado a los Hijos de Israel y a otros, pero su sharía no derogó sino la sharía de Moisés —bendígalo Dios y a su familia—, y hay varios motivos para esta derogación.

Entre ellos: que algunos estatutos fueron impuestos a los judíos según la situación en que se encontraban en el tiempo en que fue enviado Moisés (a) hasta el tiempo del envío de Jesús (a), así como que algunas prohibiciones para los Hijos de Israel fueron por causa de su injusticia, de su osadía contra los profetas y de su desprecio por la legislación. Estas fueron aliviadas con el envío de Jesús (a). Dijo el Enaltecido: {Y a los que son judíos les hemos hecho ilícito todo lo que tuviera uña, y de las vacas y las ovejas y las cabras les hemos hecho ilícito la grasa de ambas, excepto la que lleven sus lomos o vísceras o esté mezclada con hueso. Así les retribuimos por su injusticia y somos veraces}.[2]

Y quizá el motivo más importante para la derogación y renovación de la sharía de Moisés (a) haya sido que los eruditos de los judíos cambiaron la sharía: prohibieron lo que Dios había permitido, y permitieron lo que Dios había prohibido, siguiendo sus deseos personales y sus conjeturas intelectuales, y talvez complaciendo a algunos tiranos que se apoderaron de ellos en ciertos momentos, como ha llegado en algunas narraciones.[3] Así regresó el samirí y regresó el becerro, pero esta vez con un nombre nuevo y una forma nueva: regresó el samirí en los eruditos de los Hijos de Israel, y regresó el becerro en la adulteración de los estatutos de la sharía.

A pesar de que muchos profetas (a) fueron enviados para preservar la sharía de Moisés (a) y protegerla de la adulteración, la corriente desviada –o digamos, la corriente del samirí– empezó a dominar el timón del liderazgo. Los profetas (a) fueron apartados, expulsados a los desiertos y las tierras yermas, y muchos de ellos fueron asesinados antes del envío de Jesús (a), como Zacarías (a), al que los propios judíos mataron, y Juan (a), al que asesinaron abandonando la orden de lo reconocido y la prohibición de lo reprobable, sometiéndose al tirano y apoyándose en él. El gobernante tirano (Herodes) apresó a Juan (a) y lo encarceló durante un tiempo nada breve antes de matarlo. Y los eruditos judíos no movieron un dedo. Al contrario, muchos de ellos recibieron aquel suceso con enorme alegría. Y, aunque consideraban al gobernante injusto un tirano y una impureza que los mancillaba con tan solo entrar en su palacio, no se avergonzaron de colaborar con él para asesinar a uno de los profetas (a), o a eruditos practicantes y luchadores; porque los profetas (a), cuando las cosas se enderezan para ellos, no aceptan menos que erradicar a los tiranos y establecer el gobierno divino en la tierra. Y eso implica la desaparición del poder del tirano y de su gobierno, y la desaparición del poder y la posición de los eruditos inoperantes, los que adulteraron la sharía y se presentaron a sí mismos como herederos de los profetas y los albaceas (a), buscando su lugar en los corazones de los hombres. Por eso es natural que los primeros en oponerse a Jesús (a) fueran los tiranos y los eruditos religiosos de los Hijos de Israel, quienes afirmaban que esperaban su envío para apoyarlo. Pero cuando fue enviado, lo encontraron y él dijo: «Mi sirviente son mis manos, y mi montura son mis piernas; mi cama es la tierra, y mi almohada la piedra; mi abrigo en invierno son los orientes de la tierra; mi lámpara en la noche es la luna; mi alimento es el hambre; mi emblema es el temor; mi vestimenta es la lana; mi fruta y mi hierba aromática es lo que la tierra hace brotar para las fieras y los ganados. Me acuesto sin tener nada, y amanezco sin tener nada. Y no hay sobre la faz de la tierra nadie más rico que yo».[4]

Lo encontraron convocándolos al ascetismo en esta vida mundanal y a llevar la convocatoria de Dios. Y esto los conduciría al choque con los tiranos y sus aliados, quienes se oponen a la convocatoria de Dios.

Lo encontraron invitando a sus seguidores a prepararse para la muerte y soportar el asesinato en el camino de Dios, y a soportar las dificultades en el camino de la convocatoria de Dios.

Lo encontraron sentándose con los pecadores y los recaudadores de impuestos para corregirlos. Así pues, Jesús (a) no vino para reforzar la posición y la autoridad de los eruditos inoperantes, ni para engrandecer su rango y prolongar su tiranía, sino que vino para exponerlos con su ciencia y su ascetismo en esta vida mundanal.

Entonces los eruditos de los Hijos de Israel empezaron a hablar contra él y a adjudicarle toda clase de acusaciones falsas. Y sus apóstoles vinieron a él y le dijeron: [«¿Sabes que los eruditos de los judíos se molestaron al oír estas palabras tuyas?»]. Y él (a) les respondió: [«Dejadlos; son ciegos que guían a ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán juntos en un hoyo»].[5]

Así fue como el frente de la falsedad que se enfrentaba a Jesús (a) se hizo amplio: incluía a los eruditos de los Hijos de Israel, al pueblo judío al que ellos engañaban con sus falsos alegatos, y al gobernante infiel Pilatos y sus soldados. Y quizá algunos se extrañen —y tienen derecho a ello— al saber que la enemistad de los eruditos inoperantes de los Hijos de Israel hacia Jesús (a) fue más intensa que la enemistad de Pilatos, el gobernante opresor, y sus soldados. Por eso Jesús (a) empezó a exponer el error de esos eruditos inoperantes delante de todos.

Él dijo (a) dirigiéndose a la gente y a sus apóstoles: [Los escribas y los fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés. De modo que haced y observad todo lo que os digan; pero no hagáis conforme a sus obras, porque ellos dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas. Sino que hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres; pues ensanchan sus filacterias y alargan los flecos de sus mantos; aman el lugar de honor en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, y los saludos respetuosos en las plazas y ser llamados por los hombres Rabí… Pero, ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres, pues ni vosotros entráis, ni dejáis entrar a los que están entrando. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque devoráis las casas de las viudas, aun cuando por pretexto hacéis largas oraciones; por eso recibiréis mayor condenación. ¡Ay de vosotros, guías ciegos!, que decís: «No es nada el que alguno jure por el templo; pero el que jura por el oro del templo, contrae obligación». ¡Insensatos y ciegos!, porque ¿qué es más importante: el oro, o el templo que santificó el oro?… ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, y habéis descuidado los preceptos de más peso de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad; …].[6]

Y corresponde que reflexionemos sobre estas palabras; quizá hayan sido un día dirigidas a los Hijos de Israel y a sus eruditos, y quizá hoy estén dirigidas a nosotros.

Con el paso de los días aumentaron los seguidores de Jesús (a), y fueron como los seguidores de cualquier profeta: pobres y vilipendiados, o como los llamaban los enemigos de los profetas: {los más bajos de nosotros, a primera vista}.[7]

Los eruditos de los Hijos de Israel comenzaron a conspirar para matar a Jesús (a) con el pretexto de que él afirmaba ser rey. Sus seguidores se habían multiplicado, y esto llevaría a que los romanos atacaran al pueblo judío y lo aniquilaran. Por lo tanto, el jefe de los eruditos de los judíos decidió que matar a Jesús (a) y destruirlo era preferible a la destrucción de todo el pueblo; así que, con el pretexto de preservar al pueblo, debía matarse a Jesús (a).

¡Y esta es la balanza de la justicia! ¡Y esta es la verdad según estos trastornados opresores, asesinos de profetas, que ven lo reprobable como algo reconocido! Pues, para que los romanos no turben la calma de sus vidas, y sus intereses y sus vidas no se vean expuestos al peligro, debe matarse a Jesús (a), y estrangularse la verdad, y apagarse la luz; y que se enseñoreen el tirano, la injusticia y la oscuridad, pues lo que interesa es que permanezcan con vida los eruditos inoperantes de los Hijos de Israel. {Y habéis de encontrarles siendo los más codiciosos de los hombres por la vida, incluso más que los que han cometido politeísmo. Anhelaría cada uno de ellos que se le prolongue la vida mil años, y no es algo por lo que sea apartado del tormento el que se prolongue la vida. Y Dios es Observador de lo que hacen}.[8] Intentaron por todos los medios incitar contra él al César, el gobernante de los romanos, y a su delegado Pilato, y a sus secuaces malditos, ¡para que lo mataran! Y como eran cobardes y no eran capaces de soportar la valentía de este gran profeta, vino en el Evangelio: [Entonces se fueron los fariseos y deliberaron entre sí cómo atraparle, sorprendiéndole en alguna palabra. Y le enviaron sus discípulos junto con los herodianos, diciendo: Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con verdad, y no buscas el favor de nadie, porque eres imparcial. Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito pagar impuesto al César, o no? Pero Jesús, conociendo su malicia, dijo: ¿Por qué me ponéis a prueba, hipócritas? Mostradme la moneda que se usa para pagar ese impuesto. Y le trajeron un denario. Y Él les dijo: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Ellos le dijeron: Del César. Entonces Él les dijo: Pues dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Al oír esto, se maravillaron; y dejándole, se fueron].[9]

Y así, ellos querían que él dijera de forma clara y ante los ojos de la gente que prohibía pagar el tributo al gobierno del maldito César, para entregarlo a las manos de este tirano y a sus malditos impuros. Aun cuando ellos mismos pagaban impuestos al César y habían dictaminado al pueblo que era permitido pagarlos al César, aunque ello fortaleciera al gobierno del tirano. Eran siervos del tirano, y sus almas estaban llenas de cobardía por causa del amor que tenían por la vida y su afán por ella.

En cuanto a la respuesta de Jesús (a), su significado es: no deis el tributo al César, porque la imagen y la inscripción del denario no tienen valor; el valor lo tiene el oro del que fue acuñado el denario, y el oro es de Dios. En todo caso, al final los eruditos de los Hijos de Israel arrestaron a Jesús (a).

Y vino en el Evangelio que escupieron en su noble rostro, lo golpearon, lo humillaron, y lo acusaron de blasfemar y de mentir contra Dios, Glorificado sea. Luego lo entregaron a Pilato y lo acusaron de afirmar ser rey y de amenazar al Imperio romano, y pidieron a Pilato que lo matara y lo crucificara, insistiendo en ello.

Se ha narrado en el Evangelio: [Entonces toda la asamblea de ellos se levantó, y llevaron a Jesús ante Pilato. Y comenzaron a acusarle, diciendo: Hemos hallado que este pervierte a nuestra nación, prohibiendo pagar impuesto al César, y diciendo que Él mismo es Cristo, un Rey. Pilato entonces le preguntó, diciendo: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Y Jesús respondiéndole, dijo: Tú lo dices. Y Pilato dijo a los principales sacerdotes y a la multitud: No encuentro delito en este hombre. Pero ellos insistían, diciendo: Él alborota al pueblo, enseñando por toda Judea, comenzando desde Galilea hasta aquí].[10]

Y cuando Pilato, el gobernante opresor, quiso ponerlo en libertad en la fiesta de la Pascua, los eruditos de los judíos y el pueblo al que habían despreciado lo rechazaron y pidieron que se liberase a uno de los asesinos a cambio de él, e insistieron en matar a Jesús y crucificarlo. Y lo extraño es que, cuando llevaron a Jesús (a) al palacio de Pilato para entregarlo, no entraron en el palacio, porque creían en la incredulidad de Pilato y, por tanto, que quien entrase en su palacio se impurificaba. Y aun así, unieron sus manos con las de Pilato, la más alta élite, para acabar con Jesús (a).

¡Mira cómo se reúne la gente de la falsedad, pese a sus diferencias y enemistades, para acabar con la verdad!

Reflexiona y no seas de los negligentes, pues la gente de la falsedad, por mucho que diverjan sus caminos y se contradigan sus creencias y opiniones, la obediencia al demonio los reúne y el amor por la vida mundanal los unifica.

Y, en todo caso, ellos traman y Dios trama, y Dios es el mejor de los que traman. Y Dios no les dio la posibilidad de matar a Jesús (a), sino que Él lo elevó al cielo, e hizo que alguien se pareciera a él, y creyeron que lo habían matado. Dijo el Enaltecido: {Y porque dijeron: «Ciertamente, hemos matado al Mesías, Jesús hijo de María, Mensajero de Dios». Y no lo mataron, y no lo crucificaron, pero se hizo que así les parezca. Y ciertamente, los que discrepan sobre él, están en duda de ello. No tienen de ello ningún saber, sino un seguimiento de conjeturas. Y no lo mataron, con certeza * Más bien, lo elevó Dios hacia Él. Y es Dios Poderoso, Sabio * Y no hay ninguno de la gente del libro que no crea en él antes de su muerte. Y el Día de la Resurrección será sobre ellos testigo}.[11]

Y Dios, Glorificado sea, reservó a Jesús (a) vivo hasta el final de los tiempos, y descenderá del cielo a la tierra, si Dios quiere, como guía de la senda recta, y como ministro del sello de los albaceas del Profeta (s), el Mahdi (a), quien, al alzarse con la verdad, purificará la tierra del politeísmo, del ateísmo, de la injusticia y de la corrupción, y difundirá el monoteísmo, la justicia y la misericordia entre los siervos.

Y corresponde que nosotros, al leer las historias de estos grandes profetas (a), tengamos la certeza de que la falsedad, por mucho que se eleve, es como la espuma: se va como desecho; y que la verdad, por mucho que la falsedad intente cubrirla, permanece y beneficia a los hombres, como el agua bajo la espuma. Dijo el Enaltecido: {Él ha hecho descender del cielo agua, y fluyeron valles en su medida, y arrastró el torrente una espuma creciente. Y surge de aquello que encienden en el fuego, en afán por alhaja o utensilio, una espuma semejante. Así pone Dios la verdad y la falsedad, pues la espuma se va como deshecho, y en cuanto a lo que beneficia a los hombres, pues permanece en la tierra. Así pone Dios los ejemplos}.[12] Y por mucho que se ramifiquen las ramas del árbol de la falsedad, se espesen y cubran algunas ramas del árbol de la verdad e intenten asfixiarlo, llegará un día en que el árbol de la falsedad sea arrancado y arrojado a la Gehena, pues es algo sin raíz y sin cimientos, sin estabilidad alguna. Y el árbol de la verdad, aunque de él no quede más que una sola rama ondeando lejos tras las nubes, crecerá y se ramificará, y sus ramas se espesarán hasta que todos los habitantes de la tierra se cobijen bajo su sombra; porque su raíz está firme en la tierra y su rama se eleva en el cielo. Dijo el Enaltecido: {¿No has visto cómo pone Dios un ejemplo?: una palabra buena, como un árbol bueno, cuya raíz es firme y cuya rama está en el cielo * Da su fruto en todo momento, con permiso de su Señor. Y pone Dios los ejemplos para los hombres, quizá recuerden * Y el ejemplo de una palabra mala es como un árbol malo, arrancado de encima de la tierra, no tiene estabilidad alguna}.[13]

[1] Santa Biblia, Evangelio según Mateo 10:28.

[2] Sagrado Corán – sura «Al-Anaam», 46.

[3] De Muhammad Ibn Mansur, que dijo: Le pregunté acerca de la palabra de Dios –Poderoso y Majestuoso–: {Y cuando cometen una indecencia, dicen: «Encontramos sobre ella a nuestros padres y Dios nos lo ordenó». Di: «Dios no ordena la indecencia. ¿Decís sobre Dios lo que no sabéis?»}. Dijo entonces: «¿Has visto a alguien que afirme que Dios ordenó la fornicación, beber embriagante o alguna de estas prohibiciones?». Dije: No. Dijo: «Entonces, ¿cuál es esa indecencia que ellos pretenden que Dios les ordenó?». Dije: Dios sabe más, y Su Patrono. Dijo: «Esto se refiere a los imames de la opresión. Afirmaron que Dios les ordenó seguir a gente a la que la Familia de Él no ordenó seguir. Entonces Dios refutó eso contra ellos y anunció que habían mentido acerca de Él, y llamó a eso, por parte de ellos, indecencia». Al-Kafi, volumen 1, pág. 373, capítulo: Quien reclama el Imamato sin ser digno de él, hadiz no. 9.

[4] Qasas al-Anbiyá de Ÿazairí, pág. 460 | Idda ad-Daai, pág. 107 | Bihar al-Anwar, vol. 14, pág. 239.

[5] Santa Biblia, Evangelio según Mateo 15:14.

[6] Santa Biblia, Evangelio según Mateo, capítulo 23.

[7] Dijo el Enaltecido, exponiendo lo que fue dicho a Su siervo y profeta Noé (a): {Así pues, dijeron los notables que descreían entre su pueblo: «No te vemos sino un ser humano como nosotros, y no vemos que te hayan seguido sino los más bajos de nosotros, a primera vista. Y no vemos que tengáis sobre nosotros ninguna preferencia. Más bien, os suponemos unos mentirosos»}, Sagrado Corán – sura «Hud» (Hud), 27. Y dijo el Poderoso y Majestuoso: {«Dijeron: «¿Vamos a creerte cuando te han seguido los más bajos?»}, Sagrado Corán – sura «Ash-Shuará (Los poetas), 111.

[8] Sagrado Corán – sura «Al-Báqara» (La vaca), 96.

[9] Santa Biblia, Evangelio según Mateo, capítulo 22.

[10] Santa Biblia, Lucas capítulo 23.

[11] Sagrado Corán – sura «An-Nisá» (Las mujeres), 157-159.

[12] Sagrado Corán – sura «Ar-Raad» (El trueno), 17.

[13] Sagrado Corán – sura «Ibrahim» (Abraham), 24-27.


Extracto del libro El becerro de Ahmed Alhasan (a)