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Un año, él (a) estaba enfermo debido al recuerdo del martirio de Az-Zahrá, y dijo: «Es una enfermedad que me sobreviene en algunas de las tragedias de la familia de Muhammad (s), y ciertamente es una de las gracias de Dios. La alabanza a Dios, Señor de los mundos».

Entonces yo dije: No hay poder ni fuerza sino en Dios, el Altísimo, el Grandioso. La alabanza a Dios, pues ha hecho del ser asesinados una costumbre para vosotros y de la martirización una honra concedida por Dios. Que Dios engrandezca tu recompensa, mi señor, y te multiplique la dádiva en cada suspiro y lamento».

Y dijo (a): «Esta es palabra del Comandante de los Creyentes (a) que no ha pasado un solo día sin que me haga llorar; te la transmito para que quizá obtengas provecho de ella: “Somos de Dios y a Él hemos de regresar. Se ha reclamado el depósito, se ha tomado la prenda, se ha arrebatado a Az-Zahrá. ¡Qué horribles se han vuelto lo verde y lo polvoriento, oh, Mensajero de Dios!”».[1]

 


[1] Al-Kafi, vol. 1, pág. 459 | Bihar al-Anwar, vol. 43, pág. 193.


Del libro Con el Siervo Bueno de Ahmed Alhasan (a)