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Dijo el Enaltecido: {Ciertamente, ya ha venido a vosotros un mensajero de entre vosotros mismos, insoportable es para él que sufráis, solícito con vosotros, con los creyentes es compasivo, misericordiosísimo * Y si se apartan, entonces di: «Me basta Dios. No hay divinidad sino Él. A Él me he encomendado y Él es el Señor del trono grandioso»}.[1]

La sociedad mequí se dividía en dos o tres grupos:

El primero: quienes encabezaban el proceso de desviación de la sharía hanifí y sus seguidores. Estos se habían revestido de cultos falsos, tanto en sus creencias –como la adoración de los ídolos– como en sus disposiciones legales, por ejemplo la prohibición de la hendida y las ofrendas liberadas.[2] Ellos eran los señores del pueblo y sus eruditos, por lo que era natural que la mayoría de la gente de La Meca los siguiera.

El segundo grupo: aquellos que hallaron a sus padres extraviados, o que se extraviaron ellos mismos en esa sociedad apartada de la senda recta, pero no estaban satisfechos con su estado miserable. Más aún, algunos vivían una auténtica rebelión interior contra esas condiciones corruptas.

El tercer grupo: una minoría escasa, firmes en la verdad, es decir, en la religión hanifí correcta –o en lo que de ella les había llegado– y, como mínimo, monoteístas. Cuando el Profeta (s) fue enviado, fue una buena nueva para estos creyentes que aguardaban su envío y suplicaban a Dios que les mostrara sus ritos. El Profeta (s) fue también un refugio fortificado y una cueva segura para todo extraviado que se debatía en las tinieblas de la ignorancia y buscaba la luz de la verdad, la balanza de la justicia y la senda recta.

Así fue enviado el Profeta (s) en La Meca, Madre de las Villas, la ciudad a la que peregrinan los hombres y que representaba la referencia religiosa de los hanífes, para comenzar la reforma desde el centro religioso de la península arábiga, un centro alcanzado por mucha corrupción en las creencias y en los estatutos. El Profeta (s) fue enviado con la sharía islámica que define la hanifía y abroga parte de sus disposiciones. Pues, la sharía de Abraham (a) es la más cercana a las almas y la que tenía más posibilidades de reunir bajo su estandarte a los judíos y a los cristianos que veneran a Abraham (a) y lo consideran padre de los grandes profetas (a). El Profeta Muhammad (s), valiente y sin temer reproche alguno por causa de Dios, comenzó a amonestar a los desviados de su propia parentela por orden de Dios, Glorificado sea. Ocurrió el conocido suceso de la Casa.[3] Ese día el Profeta (s) comunicó a sus parientes su misión y su profecía, y designó, por orden de Dios –Glorificado sea–, a su albacea, su ministro y su sucesor en vida y después de su muerte: Alí hijo de Abu Táleb (a). La convocatoria para Dios comenzó a extenderse en La Meca y a los señores de La Meca les pareció que sus intereses estaban amenazados. Empezaron entonces a tramar, por todos los medios, dañar al Profeta (s) e incluso matarlo si podían, y golpear al Islam. El Profeta (s), su albacea y los creyentes continuaron convocando para Dios sin descanso. Así el número de musulmanes fue aumentando, mientras el daño de los politeístas se intensificaba: comenzaron a torturarlos y a impedir que el Profeta (s) transmitiera el mensaje del cielo.

Así fue empujado el Profeta (s) a la segunda etapa: la héjira hacia Dios. Dijo el Enaltecido: {Y quien emigra en el camino de Dios, encuentra en la tierra amparo abundante, vasto. Y quien sale de su casa como emigrante hacia Dios y Su mensajero, luego lo alcanza la muerte, pues ya ha recaído su recompensa en Dios. Y Dios ha sido Perdonador, Misericordiosísimo}.[4]

El Profeta (s) empezó a buscar una base islámica y una ciudad a la que emigrar. Se encontraba con los hombres en las temporadas de peregrinación y les decía: «¿Hay algún hombre que me lleve hasta su gente? Pues Quraish me ha impedido transmitir la palabra de mi Señor».[5] Quraish no lo dejaba ni siquiera durante la peregrinación; incitaban a los hombres a desmentirlo y a burlarse de él, y él les respondía con tolerancia y paciencia. Se narró que decía, en esencia: «¡Señor mío, perdona a mi gente, pues no saben!».[6]

En medio de esas circunstancias dolorosas llegó al Mensajero de Dios (s) una delegación de cristianos de Abisinia, junto con Ÿáfar hijo de Abu Táleb (a), tras su regreso a La Meca después de su héjira, y un grupo de compañeros del Mensajero de Dios (s) que habían emigrado a Abisinia. Los cristianos eran algo más de treinta hombres. Cuando se sentaron con el Mensajero de Dios (s), conocieron sus cualidades y su estado, y oyeron lo que se les recitó del Corán, y todos creyeron. Al saberlo Abu Ÿahl, se dirigió a ellos diciendo: «¡No hemos visto caravana más necia que la vuestra!… Vuestra gente os envió para informaros sobre este hombre, y no se aquietaron vuestras reuniones con él hasta que abandonasteis vuestra religión y le creísteis». Ellos respondieron: «Paz con vosotros. No os trataremos con ignorancia. A nosotros nos corresponde lo nuestro y a vosotros lo vuestro. No hemos escatimado en buscar el bien para nosotros». Entonces descendió acerca de ellos la palabra del Enaltecido: {A los que les hemos dado el libro antes, ellos en él creen * Y cuando se les recita, dicen: «Hemos creído en él. Es la verdad de nuestro Señor. Ciertamente, éramos de antes musulmanes * A ellos se les dará su recompensa dos veces por lo que han sido pacientes, por repeler con bien el mal y porque de lo que les hemos provisto gastan * Y cuando escuchan vaniloquio, se apartan de él y dicen: «Nosotros tenemos nuestras obras y vosotros tenéis vuestras obras. Paz sea con vosotros. No buscamos a los ignorantes»}[7]…».[8]


[1] Sagrado Corán – sura «At-Tauba» (El arrepentimiento), 127-129.

[2] Narró Al-Ayashi: de Muḥammad Bin Muslim, de Abu Abdulá (a), acerca de la palabra de Dios: {No ha puesto Dios ni hendida, ni soltada, ni unida, ni vedado}. Dijo: «La gente de la ignorancia, cuando la camella paría dos crías en un mismo vientre, decían: “ha sido unida [wuṣilat]”, y no consideraban lícito sacrificarla ni comer de ella. Y cuando paría diez veces, la declaraban soltada [saiba], y no consideraban lícito montar sobre su lomo ni comer de ella. Y el vedado [ḥam] era el macho semental de los camellos, que tampoco consideraban lícito. Entonces Dios hizo descender: que Dios no ha hecho ilícito nada de eso», Tafsir Al-Ayashi, vol. 1, pág. 347.

[3] Narró Ahmad en el Musnad y otros: de Sharik Bin Al-Aamash, de Al-Minhal, de Abbad Bin Abdulá Al-Asadí, de Alí –que Dios se complazca de él–, que dijo: «Cuando descendió esta aleya: {Y advierte a tu parentela más cercana}». Dijo: «El Profeta (s) reunió a la gente de su Casa. Se reunieron treinta hombres; comieron y bebieron». Dijo: «Luego les dijo: “¿Quién será aval de mis deudas y mis promesas, y estará conmigo en el Paraíso, y será mi sucesor entre mi gente?”. Y dijo un hombre que Sharik no nombra: “¡Oh Mensajero de Dios! Tú eras un mar, ¿quién puede encargarse de esto?”». Dijo: «Luego dijo el otro». Dijo: «Entonces lo expuso a la gente de su Casa. Y Alí, que Dios se complazca de él, dijo: “Yo”», Al-Musnad, vol. 1, pág. 111. Y narró As-Ṣaduq en Al-Ilal: de Alí hijo de Abu Táleb (a), que dijo: «Cuando descendió: “Y advierte a tu parentela más cercana y a tu clan sincero”, el Mensajero de Dios (s) llamó a los Hijos de Abdul Muttálib. Eran entonces cuarenta hombres, uno más o uno menos. Dijo: “¿Quién de vosotros será mi hermano, mi albacea, mi heredero, mi ministro y mi sucesor entre vosotros después de mí?». Se lo expuso a uno por uno; todos se rehusaron, hasta que llegó a Alí. Y dije: “Yo, oh Mensajero de Dios”. Entonces dijo: “Oh Hijos de Abdul Muttálib, este es mi hermano, mi heredero, mi albacea, mi ministro y mi sucesor entre vosotros después de mí”. Entonces la gente se levantó riendo unos de otros y diciendo a Abu Táleb: “Te ha ordenado que escuches y obedezcas a este muchacho”», vol. 1, pág. 17. Y véanse: Al-Irshad del jeque Al-Mufid, vol. 1, pág. 49; Manaqib de Ibn Shahr Ashub, vol. 1, pág. 305; y otras.

[4] Sagrado Corán – sura «An-Nisá» (Las mujeres), 100.

[5] Musnad Ahmad, vol. 3, pág. 390 y véanse: Sunan Ad-Darami, vol. 2, pág. 440, Sunan Ibn Maÿa, vol. 1, pág. 73 y otros.

[6] Iqbal Al-Amal, vol. 1, pág. 384, Bihar al-Anwar, vol. 95, pág. 167, Musnad Ahmad, vol. 1, pág. 427, Sahih al-Bujari, vol. 4, pág. 151.

[7] Sagrado Corán – sura «Al-Qasas» (El relato), 52-55.

[8] Fiqh As-Sira de Al-Buti, pág. 126. Sira de Ibn Isjaq, vol. 4, pág. 200, Tafsir Al-Qurtubí, vol. 6, pág. 356, Tafsir Ibn Kazir, vol. 3, pág. 405, Al-Bidaya wa An-Nihaya, vol. 3, pág. 103.


Extracto del libro El becerro de Ahmed Alhasan (a)