Los animales comparten con nosotros la capacidad de pensar y responder, y hay muchos ejemplos en el reino animal. Quizás el ejemplo más claro que se conoce de esto sean los grandes simios y su capacidad de utilizar instrumentos de piedra y ramas de árboles para obtener su alimento. El chimpancé puede aprender el lenguaje de señas, puede manejar el lenguaje con inteligencia e identificar con exactitud a su enemigo, a quien pueda dañarlo o a quien intente ofenderlo si se presenta la ocasión. En algunos experimentos han mostrado la capacidad de pensar, de identificar un problema y encontrar su solución. El orangután tiene la capacidad de imitar y aprender.
Alfred Russel Wallace,[1] el codescubridor de la teoría de la evolución, dice:
«el comportamiento del orangután bebé[2] era muy parecido al de un bebé en ciertas circunstancias».[3]
Y la inteligencia del orangután (hombre del bosque) no está oculta para quienes se relacionan con él.
«Sin embargo, hubo dos psicólogos de la Universidad de Nevada, Beatrice y Robert Gardner, que cavilando en torno a los experimentos realizados observaron que la faringe y la laringe del chimpancé no están adaptados para emitir sonidos y articular palabras como en el caso del hombre… Dieron así con una brillante idea: enseñar a este animal el lenguaje por señas utilizado en Norteamérica, conocido como el Ameslan (acrónimo de American sign language), o, también, “lengua norteamericana para sordomudos” (American deaf and dumb language). Se trata de una forma de expresión que se adapta maravillosamente bien a la soltura manual del chimpancé y que permite representar gestualmente los principales rasgos conceptuales del idioma hablado… Así, cuando Washoe vio por vez primera a un pato en un estanque dijo mediante señas, “pájaro de agua”, que corresponde al término utilizado en inglés y en otros idiomas, pero que el chimpancé improvisó para la ocasión. La hembra Lana no había visto otros frutos de forma esférica que las manzanas, pero como sabía indicar por señas el nombre de los colores principales, un día en que vio a uno de los cuidadores comer una naranja, señaló con los correspondientes ademanes: “manzana color naranja”. Después de probar una raja de sandía, Lucy la llamó “bebida con azúcar” y “fruta líquida”; pero cuando sintió el escozor del primer rábano que cataba, dijo entonces que se trataba de “comida que duele y hace llorar”. Cuando a Washoe le pusieron una muñequita en la taza que sostenía, dijo mediante señas: “niño en mi bebida”. A este último chimpancé se le enseñó a representar la palabra “sucio” siempre que se hacía las necesidades encima o en un mueble, y el animal extrapoló el término aplicándolo de manera genérica a cualquier tipo de exceso. En presencia de un Rhesus (mono común) con el que no simpatizaba, repitió machaconamente: “mono asqueroso, mono asqueroso, mono asqueroso”. A veces decía cosas como: “Sucio Jack, bebida con trampa”. En un momento de tedio y de inspiración a la vez, Lana apostrofó a su cuidador llamándole “cagarruta verde”. En cuanto a Lucy, terminó por aprender a distinguir claramente el sentido de frases como “Roger hace cosquillas a Lucy” y “Lucy hace cosquillas a Roger”, dos actividades que la deleitaban en extremo.
… en el Centro Regional de Investigación de Primates de Yerkes, en Atlanta (Georgia), aprenden un lenguaje específico de computador llamado Yerkish (por los investigadores, no por los chimpancés) … Lana controla las frases que elabora frente al panel del computador y borra aquellas que contienen errores gramaticales. Una vez, mientras Lana se afanaba en la construcción de una frase compleja, su entrenador interpoló repetida e intencionadamente desde la consola del computador en que se hallaba, separada de la de Lana, una palabra que desposeía de todo sentido la frase del chimpancé. Lana fijó la mirada en su panel, miró de soslayo al cuidador sentado ante su consola y compuso otra frase que decía: “Tim, por favor, sal de la habitación”.
En el supuesto de que los chimpancés incapaces de comunicarse tuvieran que morir o no pudiesen reproducirse, estoy convencido de que asistiríamos a un progreso y a una elaboración notables, en lo que al lenguaje se refiere, en el lapso de sólo unas pocas generaciones. El inglés básico se compone de unos mil vocablos. Muchos chimpancés dominan un repertorio lexicográfico que pasa del 10 por 100 de esta cifra. Aun cuando hace unos cuantos años habría parecido un tema de ciencia-ficción sin conexión alguna con sucesos reales, no considero improbable que a la vuelta de unas pocas generaciones de chimpancés en posesión de este acervo lingüístico se den a conocer las memorias de la historia natural y la vida mental de un chimpancé publicadas en inglés o en japonés, quizás con la mención “según el testimonio de” a renglón seguido del nombre del autor.
Si los chimpancés son criaturas que tienen conciencia de sus actos, capaces de realizar abstracciones, ¿por qué no poseen lo que hasta hoy se ha dado en llamar un estatuto de los “derechos humanos”? ¿Qué grado de inteligencia ha de alcanzar un chimpancé para que su muerte se catalogue jurídicamente como un asesinato? ¿Qué otros rasgos deben incorporar para que los misioneros religiosos le consideren apto para ser objeto de catequización?
No hace mucho, el director de un importante centro de investigación sobre primates me mostró las dependencias del recinto. Enfilamos un corredor larguísimo en el que, al modo de un dibujo en perspectiva, veíanse alineadas una tras otra, hasta donde alcanzaba la vista, múltiples jaulas de chimpancés. Había uno, dos, y hasta tres en cada compartimento, y no me cabe la menor duda de que las instalaciones eran modélicas atendiendo a lo que son estos centros, (o, en relación con el caso propuesto, los clásicos zoológicos). Nos acercábamos a la primera de la serie de jaulas cuando los dos simios que la ocupaban empezaron a enseñar los dientes y con una puntería increíble lanzaban grandes escupitajos que alcanzaron de lleno el liviano traje de verano que vestía el director del centro. A continuación, prorrumpieron en chillidos entrecortados que resonaron hasta el otro extremo del pasillo y que fueron repetidos y amplificados por otros animales enjaulados que ni siquiera nos habían visto, hasta que el estrecho pasadizo trepidó literalmente con los gritos, golpeteo de barrotes y sacudidas de las jaulas. El director me dijo que en esas ocasiones los chimpancés suelen arrojar otras cosas además de escupitajos y a instancias suyas emprendimos inmediatamente la retirada. El suceso me trajo en seguida a la memoria las películas norteamericanas de los años treinta y cuarenta cuya acción discurría en una vasta y deshumanizada penitenciaría estatal o federal, donde los reclusos golpeaban los barrotes de las celdas con las marmitas cuando aparecía el guardián que desempeñaba el papel de sujeto sin entrañas.
Los chimpancés en cuestión gozaban de excelente salud y estaban bien alimentados. Si son “solamente” animales, bestias incapaces de razonar en abstracto, entonces puede que mi comparación no sea más que un acceso de simpleza y sentimentalismo vacuo. Pero lo cierto es que los chimpancés pueden abstraer y, al igual que otros mamíferos, son capaces de experimentar emociones intensas… En mi opinión, las facultades cognoscitivas de los chimpancés nos obligan a interrogarnos sobre los verdaderos límites de la comunidad de seres a quienes debemos especiales consideraciones éticas. Espero, además, que su estudio pueda contribuir a ensanchar nuestras perspectivas éticas y hacernos tomar en consideración, por vía descendente, a los grupos taxonómicos que pueblan la Tierra, y en línea ascendente, a los organismos extraterrestres, en el supuesto de que existan».[4]
Todo lo anterior, si es verdad hasta el último detalle, no significa en absoluto que el ser humano sea solo un cuerpo animal que ha evolucionado de los cuerpos que le precedieron, pues la cuestión de que los animales comparten con nosotros el pensamiento y la abstracción a un nivel inferior, es una cuestión reconocida por la religión, o al menos digamos, por el islam. Hay una disposición sobre esto en el Corán:
{Hasta que llegaron al valle de las hormigas, dijo una hormiga: «Oh, hormigas, entrad en vuestros hogares, no sea que os aplasten Salomón y sus tropas, sin que se den cuenta» … E inspeccionó a las aves y dijo: «¿Por qué no veo a la abubilla? ¿O es que está ausente?» … Y no esperó mucho y dijo: «Me he enterado de lo que no te has enterado y te he traído de Saba una noticia certera»}.[5]
{Y no hay bestia en la Tierra ni ave que vuele con sus dos alas que no sea una nación como la vuestra. No hemos omitido nada en el libro. Luego, ante su Señor han de agruparse}.[6]
Nosotros, si hablamos de evolución, sin duda diremos: que la capacidad de pensar que tiene el ser humano ha evolucionado con el tiempo y con la evolución cuantitativa y cualitativa de su cerebro, una capacidad que nos distingue considerablemente de los demás animales. Ya he aclarado anteriormente la evidencia de que la evolución del mecanismo de inteligencia representa un objetivo ineluctable de la evolución en la forma que la conocemos sobre esta Tierra. Luego hemos explicado cómo es que la velocidad relativa de la evolución del cerebro del ser humano durante casi los dos últimos millones de años y su transformación en un cerebro superior representa una evidencia de que nuestros cerebros en particular son un objetivo de la evolución. En cada sitio que podamos demostrar que la evolución tiene un objetivo demostraremos la existencia de un dios detrás de éste.
Ahora queremos salir del mecanismo de inteligencia para pasar a la producción del mecanismo de inteligencia y ver lo que nos distingue culturalmente, de forma clara y sin ambigüedades, de los demás animales.
Pues ahora queremos inferir la existencia de un dios a través de una cultura específica propia y no a través de lo que distingue al ser humano en su facultad para una vida social o para entenderse y generar un método lingüístico para esto, pues hay muchos animales que viven una vida social organizada en diferentes niveles como las hormigas, las abejas, las hienas, los leones, los chimpancés y los orangutanes, que tienen su método lingüístico para entenderse unos con otros, como el lenguaje de señas que utilizan las abejas que es muy inferior al del chimpancé.
Por lo tanto, nuestra investigación, que es sobre la cultura humana y su relevancia para la existencia de un dios, no será por tener un cerebro o un mecanismo de inteligencia, ni por la capacidad de pensamiento y abstracción, sino que será sobre la cultura particular de la humanidad, que apareció repentinamente hace unos pocos miles de años y la connotación de esta cultura sobre la existencia de un dios. Esta cultura, que representa una organización moral avanzada de la vida, puede claramente identificarse por otorgar a otros sus derechos, por establecer leyes para esto y por el altruismo verdadero, que no está construido sobre el egoísmo genético o esperando un beneficio. Además, establece las bases de conocimiento de una vida progresista como leyes de sanciones, de lectura, de escritura, de sistemas de cálculo y demás, y lo que ha entrado en la vida humana en un período determinado. Nosotros queremos aclarar que han llegado por una enseñanza externa y por un cambio radical que ha mejorado la vida humana.
Este es un reconocimiento manifiesto y claro del doctor Dawkins de que estas cosas llegan por una enseñanza que va completamente en contra de la biología animal que domina nuestros cuerpos animales:
«No estoy defendiendo una moralidad basada en la evolución. Estoy diciendo cómo han evolucionado las cosas. No estoy planteando cómo nosotros, los seres humanos, debiéramos comportarnos. Subrayo este punto pues sé que estoy en peligro de ser mal interpretado por aquellas personas, demasiado numerosas, que no pueden distinguir una declaración que denote convencimiento de una defensa de lo que debería ser. Mi propia creencia es que una sociedad humana basada simplemente en la ley de los genes, de un egoísmo cruel universal, sería una sociedad muy desagradable en la cual vivir. Pero, desgraciadamente, no importa cuánto deploremos algo, no por ello deja de ser verdad. Este libro tiene como propósito principal el de ser interesante, pero si el lector extrae una moraleja de él, debe considerarlo como una advertencia. Una advertencia de que, si el lector desea, tanto como yo, construir una sociedad en la cual los individuos cooperen generosamente y con altruismo al bien común, poca ayuda se puede esperar de la naturaleza biológica. Tratemos de enseñar la generosidad y el altruismo, porque hemos nacido egoístas. Comprendamos qué se proponen nuestros genes egoístas, pues entonces tendremos al menos la oportunidad de modificar sus designios, algo a que ninguna otra especie ha aspirado jamás».[7]
Necesitamos aprender el altruismo y esto es lo que debatiré a continuación. Intentaremos juntos conocer a quien nos ha enseñado el altruismo, o de dónde hemos aprendido el altruismo verdadero que va completamente en contra de nuestra composición biológica egoísta que nos dirige por el egoísmo genético.
[1] Alfred Wallace (1823 – 1913) fue un naturalista británico. Es considerado codescubridor de la teoría de la evolución por medio del desarrollo natural junto a Darwin. Wallace la descubrió separadamente de Darwin y envió sus artículos a éste.
[2] Hay dos ramas separadas de la evolución de los grandes simios. Una de ellas termina en el gorila y el chimpancé y la otra termina en el orangután, que es una palabra del idioma malayo o melayu que significa “hombre del bosque”.
[3] Fuente: Sagan, Los dragones del Edén. Especulaciones sobre la evolución de la inteligencia humana
[4] Fuente: Sagan, Los dragones del Edén, “Especulaciones sobre la evolución de la inteligencia humana”.
[5] Sagrado Corán, sura «An-Naml» (Las hormigas), 18-22.
[6] Sagrado Corán, sura «An-Anaam» (Los ganados), 38.
[7] Fuente: Richard Dawkins, El gen egoísta, pág. 3
Extracto del libro La ilusión del ateísmo de Ahmed Alhasan (a)