Dijo el Altísimo: {Y recuerda en el libro a María, cuando se apartó de su gente, a un lugar oriental * Pues tomó, dejándolos al margen, un velo. Entonces enviamos hacia ella nuestro espíritu, y él se le presentó como un ser humano íntegro * Ella dijo: «Me refugio en el Misericordioso de ti, si es que eres pío» * Él dijo: «Solo soy un mensajero de tu Señor para otorgarte un muchacho puro»}.[1]
Dios, Glorificado y Enaltecido sea, envió a uno de los ángeles –y se narró que era Gabriel (a)–[2] para otorgar a María (a), la verídica, la pura, la dedicada a Dios, un niño bendito. El ángel sopló sobre ella un soplo que Dios quiso convertir en la causa de la formación de aquel embrión en el vientre de María (a), y ella salió del monasterio para dar a luz a aquel embrión bendito. Y lo llevó a su gente cumpliendo el mandato de Dios, y el recién nacido habló estando en la cuna, para que este milagro fuese una señal de la grandeza de este niño y de la inocencia de su madre pura frente a las acusaciones de los judíos. Y se narró:[3] que su madre lo llevó a Nazaret o a Egipto, y luego regresó a Nazaret, para que creciera allí lejos del gobernante tirano Herodes, que quería matarlo.
[1] Sagrado Corán – sura «Mariam» (María), 16-19.
[2] Véase lo que dijeron los exégetas en su interpretación de las aleyas mencionadas.
[3] Véase Tafsir al-Alusi, vol. 6, pág. 96.
Extracto del libro El becerro de Ahmed Alhasan (a)