• Categoría de la entrada:La ilusión del ateísmo
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Los animales, incluyendo al ser humano, a menudo actúan de forma egoísta, pues en la naturaleza no hay quien ofrezca comida o cuide a otros sin un precio, pues los animales a nivel individual no se alimentan unos a otros ni cuidan unos de otros. En la naturaleza el comportamiento altruista exterior es poco en proporción a la conducta egoísta individual. Un macho puede ofrecer comida y construir un nido para la hembra porque busca pasar sus genes a la siguiente generación por medio de la fecundación de sus huevos, ya que la hembra por lo general, invierte en ellos el alimento para el embrión, y los padres ofrecen comida y protección a sus hijos, pero ¡¿acaso esto es altruismo verdadero?! Y si no es verdadero entonces ¿de qué altruismo hablamos cuando queremos demostrar la particularidad del ser humano como un ser que posee moral y cuya base es el altruismo?

Nosotros en la religión hablamos del altruismo en cierta medida cuando proponemos combatir al yo a nivel de la sociedad y el entorno en el que vivimos. Por esto entonces es necesario que distingamos de forma clara y evidente el altruismo al que nos referimos, para que no permitamos a los que pretenden fomentar la ignorancia de la gente deslizando la ley tramposa amalgamada que utilizan todos ellos, ya sean eruditos de la religión, ateos o quienes han tomado un camino entre ambos. Esta ley —o falacia— es la que le dice: mire, en mi mano hay una nuez redonda. Luego le muestra la otra mano con otra cosa redonda y le dice: mire, es redonda, por lo tanto, es una nuez.

El altruismo en general, como todos sabemos, se opone al egoísmo, y lo que podemos saber de él es que prefiere a los otros por encima de uno mismo, o por encima de los más cercanos, con una conducta determinada.

Si observamos alrededor nuestro encontraremos que algunos animales tienen un comportamiento altruista en algunos casos. Es posible que identifiquemos, por ejemplo, el comportamiento de los padres y las madres con sus hijos, y el comportamiento de las abejas obreras con la reina, con las otras obreras y con la colmena en conjunto. Pero ¿acaso este comportamiento altruista es verdadero o aparenta ser un comportamiento altruista? En realidad, es un comportamiento egoísta genético; ya que está construido sobre el egoísmo genético favoritista natural, que prefiere la supervivencia de los cuerpos en los que se reúnen estos genes y que motiva este comportamiento altruista, es decir, la afabilidad de los padres con los hijos cuando les suministran comida y el sacrificio de las obreras para proteger la colmena, a la reina y a sus hermanas. Así estos genes llevan la característica exitosa de trasmisión, continuidad y supervivencia. La realidad biológica es que el padre y la madre encaminan a los hijos; porque hay un gen en su composición genética que los impulsa a esto (por medio de sus efectos en la estructura del sistema nervioso y el cerebro, o las glándulas y las hormonas, por ejemplo). Una de las causas del éxito de que sus estructuras genéticas proliferen y sobrevivan es la existencia de este gen que los impulsa a este comportamiento altruista.

En cuanto a cómo se beneficia la estructura genética de los padres por los hijos en la supervivencia y la permanencia, pues puede explicarse de forma simple, ya que los hijos portan un porcentaje determinado de los genes de los padres, pues el niño, por ejemplo, lleva mitad genes de su padre y mitad genes de su madre.

En consecuencia, los padres cuyas composiciones genéticas contengan el gen del altruismo con los hijos y les proporcionen lo necesario para que puedan llegar a la pubertad y reproducirse, lograrán —estos padres— que sus genes permanezcan en la siguiente generación y sobrevivan. Por lo tanto, este tipo de altruismo (altruismo de padres con hijos) es de origen genético egoísta —es decir, que está construido por un presunto egoísmo genético— y no es altruismo verdadero. En cuanto a los padres que no cuidan correctamente a sus hijos, o digamos, los padres que no tienen en sus estructuras genéticas los genes que los impulsan a un altruismo con un grado suficiente para proporcionar lo necesario a sus hijos (por ejemplo, un nido, alimento y protección) no podrán —estos padres— pasar sus genes a la siguiente generación; porque ellos, en pocas palabras, no tendrán éxito en criar hijos que lleguen a la pubertad, que se reproduzcan y pasen su estructura genética a la próximas generaciones. Con esto son castigados estos padres, o digamos, es castigada esta estructura genética o mapa genético que no pasa sus genes (los propios) en esta vida saliendo de la competencia.

Así que la cuestión de la atención de los padres con sus hijos se explica por completo genéticamente. Si los genes encuentran otra estrategia exitosa diferente a la atención directa de los padres con sus hijos entonces podrán utilizarla al igual que el cuclillo, pues esta ave coloca sus huevos en nidos cuyas víctimas criarán a sus hijos y ella no atiende a sus hijos ni tiene ningún afecto hacia ellos. El vínculo con ellos finaliza una vez que ha proporcionado lo necesario colocándolos en el nido de una víctima que por ella se verá involucrada en la crianza de ellos. Esta es una evidencia clara de que el control de esta cuestión, dentro de los límites de los cuerpos, es de los genes.

Lo mismo pasa con las abejas obreras, pues el grado de acercamiento con sus hermanas es muy alto, superior al grado de acercamiento con sus madres; porque todas las hermanas llevan una copia idéntica de los genes del padre, así que hay una causa lógica por la cual compiten por sacrificarse corriendo a atacar al enemigo —aun cuando la que pica muere. Este gen altruista triunfa en la reproducción, la permanencia y la supervivencia; porque, en pocas palabras, es el más capaz en proteger a la colmena en conjunto. Así que la muerte es virtual, representa para sus genes una ventaja mayor que su supervivencia; porque correr hacia la muerte en el lugar de sus hermanas y en defensa de su madre (la abeja reina) contribuye a la supervivencia y a la continuidad de muchas copias de sus genes presentes en los cuerpos de todas sus hermanas obreras, contribuye a la supervivencia de sus genes presentes en los huevos y al esperma presente en el cuerpo de su madre (la abeja reina). Por supuesto que una composición genética como esta es más capaz de sobrevivir y permanecer que la que no emprende la carrera hacia el autosacrificio, pues la naturaleza seleccionará la intrepidez de la participante del sacrificio. O digamos que será capaz de sobrevivir y permanecer, y que será resistente a las condiciones naturales que la rodeen.

En general, el egoísmo de los genes puede explicar la característica altruista del organismo hacia otro organismo cuando el sacrificio trae un beneficio mayor a sus genes, incluso sin un vínculo cercano entre ellos.

Así mismo, el altruismo de los padres con sus hijos puede explicarse genéticamente. Los genes que desempeñen esta función serán favorecidos y capaces de sobrevivir en mayor medida que los demás genes que no permitan el altruismo de los padres con sus hijos o no lo alienten. De la misma manera podemos explicar el comportamiento altruista de un hermano mayor con su hermano menor o de los hijos con sus padres. Podemos explicar el aseo de algunos animales entre ellos o incluso la alimentación de los murciélagos vampiros con la sangre de su vecino; porque es a la espera de un beneficio futuro, aunque fuera de manera inconsciente.

Sin embargo, la teoría del gen egoísta no puede explicar el sacrificio de una persona por salvar a otra persona extraña a él o a un niño extraño a él, o que una persona dé a otros comida o agua que tiene cuando la necesita; porque en casos como estos, si la consecuencia para el altruista fuera la muerte, o por lo menos la incapacidad de reproducir sus propios genes o la disminución de su oportunidad, entonces su pérdida genética será mayor que su ganancia en los genes compartidos con el que salve, dé de comer o privilegie por encima de sí mismo. Para dejarlo más claro con el lenguaje de los números: mi vida equivale en un cien por ciento a la trasmisión de genes funcionales y su supervivencia, mientras que la vida de un fulano extraño a mí equivale a la transferencia de una parte de mis genes funcionales. Esta parte consiste en los genes compartidos entre yo y él, que son casi un cinco por ciento. Está claro que la pérdida de mi vida significa la mayor pérdida con respecto a la supervivencia de mi vida, y por esto la teoría del gen egoísta es incapaz de explicar estos tipos de altruismo, en los que los genes del altruista pierden en gran medida. Por lo tanto, no puede explicarse este comportamiento altruista como si estuviera construido sobre el egoísmo genético.

Además: el altruismo recíproco no es un altruismo verdadero, puesto que consiste en una estrategia preferencial de la evolución y es de esperar que prevalezca cuando sea necesario, como es en el aseo de algunos animales a otros, o cuando los murciélagos vampiros regurgitan la sangre para alimentar a sus vecinos; esto es porque el acervo genético que lleva sus genes será favorecido por la selección e inevitablemente prevalecerá. El acervo genético que no tenga este tipo de altruismo recíproco saldrá de la competencia porque el destino de los miembros de su especie será la extinción. Por ejemplo: los murciélagos vampiros no pueden sobrevivir sin alimento más de dos días, por consiguiente, el altruismo recíproco es un salvavidas para cada miembro que una determinada noche no encuentra alimento, lo cual sucede muy a menudo. Por consiguiente, el altruismo recíproco es un salvavidas para la especie en conjunto, pues ciertamente la selección natural le dará preferencia. En general, el altruismo recíproco está correctamente explicado por la ciencia.

Además: está el altruismo por reputación, que en realidad podemos decir que es un tipo de altruismo recíproco también, en particular cuando el propósito de sacrificar comida por los demás es por presunción y reputación y, por ende, para obtener una ventaja mayor, como llamar la atención de un número mayor de hembras y, por consiguiente, casarse con un número mayor de hembras. Esto significa un mayor éxito en la trasmisión de los genes individuales a las generaciones venideras. Por lo tanto, estos tipos de altruismo que se describirán luego de una forma más amplia se explican genéticamente.

Ciertamente, estos tipos de altruismo no verdaderos, que están construidos por el egoísmo de los genes, no son nuestra finalidad ni nuestro propósito; porque estamos buscando un altruismo moral, sin ataduras por el interés de los genes o su beneficio.

Así que no hablamos de un altruismo con los parientes que se explica genéticamente, ni de un altruismo recíproco que también puede atribuirse a una causa genética, ni hablamos de un altruismo en aras de la reputación que en algunos casos se atribuye a una causa genética, pues estos tipos de altruismo buscan beneficios para los cuerpos que los practican porque les proporciona un beneficio mayor para sobrevivir.

Así como tampoco hablamos aquí de un altruismo que se trasmite como unidad cultural entre individuos y grupos, y que se basa en un egoísmo individual como un amor que aparece o algo parecido, es decir, que está motivado por una necesidad afectiva o deseo psicológico.

De ser así, ¿de qué altruismo estamos hablando y que consideramos evidencia de la particularidad del ser humano y de su carácter moral del resto de los animales?

Estamos hablando de un altruismo que no puede explicarse biológicamente ni atribuirse a un egoísmo de los genes que utilizan los cuerpos y sus partes como instrumentos de supervivencia para su trasmisión. Hablamos de un altruismo que no puede explicarse culturalmente como si tuviera el propósito de lograr un beneficio psicológico, aunque fuera a largo plazo.

Estamos hablando de un comportamiento altruista que no va a obtener ningún beneficio para los genes, que no puede explicarse con el egoísmo de los genes ni considerarse un simple altruismo superficial o no verdadero por estar construido sobre una base biológica egoísta. Hablamos de un altruismo cuyo autor no espera un beneficio futuro a cambio o un halago, o incluso una palabra de agradecimiento de los demás.

Esto coloca en escena unas preguntas apremiantes que son: ¿qué es lo que nos impulsa a este altruismo verdadero? ¿Y qué es lo que hace que lo encontremos en nosotros en particular?

La realidad es que debe haber comenzado con un enfoque y unos individuos. Si investigamos la cuestión históricamente —ya que la historia es el único modo de resolver esta cuestión— encontraremos que el enfoque que hace alboroto con este excelente comportamiento altruista y verdadero es el enfoque religioso, y los caballeros del altruismo son los profetas y los santos. Encontramos que los más antiguos registros que han llegado a nosotros acerca del altruismo consisten en textos religiosos y difusión religiosa iniciada por personalidades religiosas. Esta es una cuestión establecida en las más antiguas civilizaciones terrestres como la civilización de Sumeria y Acadia que consideraban a sus personalidades como Noé (con él sea la paz) y Abraham (con él sea la paz), un inicio al cual se remontan las religiones celestiales posteriores como el judaísmo, el cristianismo y el islam, ya que estas también han continuado con el mismo enfoque moral sumerio-acadio.

Así que la invitación al altruismo siempre ha sido religiosa, y los caballeros en este terreno han sido los profetas, los enviados y los portadores de los mensajes divinos. {Y dan alimento, a pesar de su amor por él, al necesitado, al huérfano, al prisionero}.


Extracto del libro La ilusión del ateísmo de Ahmed Alhasan (a)