Los sumerios o acadios lloraron y se lamentaron por Dumuzi (Dumu: el hijo, Zi: fiel) durante mil años.
El lamento de la Mesopotamia por Dumuzi duró hasta el tiempo del Profeta Ezequiel. En la Torá se trasmite que los habitantes de la Mesopotamia se lamentaban por Tamuz (Dumuzi):
[13 Y me dijo: Aún verás que cometen mayores abominaciones. 14 Entonces me llevó a la entrada de la puerta de la casa del SEÑOR que está al norte; y he aquí, había allí mujeres sentadas llorando a Tamuz. 15 Y me dijo: ¿Has visto, hijo de hombre? Aún verás mayores abominaciones que éstas. 16 Entonces me llevó al atrio interior de la casa del SEÑOR. Y he aquí, a la entrada del templo del SEÑOR, entre el pórtico y el altar, había unos veinticinco hombres de espaldas al templo del SEÑOR y de cara al oriente, y se prosternaban hacia el oriente, hacia el sol].[1]
La acción descripta como abominable es el asesinato de Tamuz (Dumuzi) que hizo que aquellas mujeres lloraran y que los hombres se prosternaran en el altar.
La historia del asesinato del rey Dumuzi comienza cuando él paga el precio por negarse a prosternarse ante Ishtar-Inanna (la vida mundanal):
«Si Inanna quiere remontarse de los Infiernos,
¡Que nos entregue a alguien en su lugar!
Inanna remontó de los Infiernos.
Y unos diablillos, igual que cañas-shukur. Y unos diablazos, iguales que cañas-dubban, Se le aferraron,
El que iba delante de ella, aunque no era visir, tenía un cetro en la mano.
El que iba a su lado, aunque no era caballero, llevaba un arma suspendida del cinto.
Los que la acompañaban, Los que acompañaban a Inanna,
Eran seres que no conocían el alimento, que no conocían el agua,
Que no comían harina salpimentada,
Que no bebían el agua de las libaciones,
De los que arrebatan la esposa del regazo del marido,
Y arrancan al niño del seno de la nodriza…
Acompañada de esta cohorte implacable, Inanna llega sucesivamente a las ciudades de Umma y Bad-Tibira, cuyas dos divinidades principales se prosternan ante ella, humildes y temblorosas, salvándose así de las garras de los demonios. A continuación, Inanna llega a Kullab, cuyo dios tutelar es Dumuzi; y el poema continúa:
Dumuzi, revestido de un noble ropaje, se había sentado orgullosamente en su trono.
Los demonios lo cogieron por los muslos…,
Los siete demonios se le echaron encima como a la cabecera de un hombre enfermo.
Y los pastores ya no tocaron más la flauta ni el caramillo ante él.
Inanna fijó su mirada en él,
una mirada de muerte,
Y pronunció una palabra contra él, un grito de condenación:
“¡Es él, lleváoslo!”
Así la divina Inanna entregó en sus manos al pastor Dumuzi.
Pero los que le acompañaban,
Los que acompañaban a Dumuzi,
Eran seres que no conocían los alimentos ni conocían el agua,
Ni comían harina salpimentada, [alimento hecho de harina]
Ni bebían el agua de las libaciones, [es decir, agua entregada como ofrenda], …».[2]
De esta manera, Ishtar-Inanna, esposa del rey Dumuzi, lo entregó a los demonios para que lo mataran en una paradoja difícil de entender para quien no conoce el significado de la soberanía de Dios o la designación divina, o como lo expresan los sumerios-acadios, “el reinado que descendió del cielo”.
Pero la realidad que tanto se repite en la religión divina es que Ishtar —la vida mundanal— en muchas ocasiones, somete a reyes a los que Dios no ha designado; porque ellos se prosternan ante ella, sirviendo a sus deseos mundanales.
Ishtar —la vida mundanal— se rebela contra aquellos a los que Dios ha designado para gobernar; porque son ellos en realidad los que se han rebelado contra ella. Así, la suerte de Alí (con él sea la paz) fueron cinco amargos años, durante los cuales cada demonio de la Tierra se precipitó para hacerle la guerra (con él sea la paz) en Yámal, Siffín y Nahrawán, y no pararon hasta matarlo en Kufa. La suerte de Husein (con él sea la paz), el rey designado para gobernar en la vida mundanal, fue una masacre de la cual no se salvó ni el lactante.
Estos son algunos textos que han llegado en las tablillas de arcilla sumerias sobre la tragedia de Dumuzi y su hermana. Veremos cuán cerca están de la descripción de lo que le ocurrió a Husein (con él sea la paz), aunque son textos arqueológicos trasmitidos por los sumerios-acadios miles de años antes del nacimiento de Husein (con él sea la paz):
«Su corazón se llenó de lágrimas.
El corazón del pastor se llenó de lágrimas.
El corazón de Dumuzi se llenó de lágrimas.
Dumuzi tropezaba a través de la llanura, llorando:
“¡O llanura, eleva por mí un lamento!
¡O cangrejos en el río, duélanse!
¡O ranas en el río, llámenme!
¡O mi madre Sirtur, llora por mí!
Si ella no encuentra los cinco panes,
Si no encuentra los diez panes,
Si no conoce el día de mi muerte,
Tú, O llanura, dile, díselo a mi madre.
En la llanura, mi madre verterá lágrimas por mí.
En la llanura, mi pequeña hermana se lamentará.”
Se tendió a descansar.
El pastor se tendió a descansar.
Dumuzi se tendió a descansar.
Cuando yacía entre brotes y juncos,
Soñó un sueño.
Despertó de su sueño.
Tembló por su visión.
Aterrado, se talló los ojos.
Dumuzi exclamó:
“Traigan…tráiganla…traigan a mi hermana.
Traigan a mi Geshtinanna, mi hermanita,
Mi escriba conocedora de las tablillas,
Mi cantante que sabe muchas canciones,
Mi hermana que conoce el significado de las palabras.,
Mi sabia mujer que conoce el significado de los sueños.
Debo hablar con ella.
Debo contarle mi sueño.”
Dumuzi hablo con Geshtinanna, y dijo:
“¡Un sueño! Mi hermana, escucha mi sueño:
Los juncos se elevan a mi alrededor; los juncos se espesan a mi alrededor.
Una única caña creciente tiembla por mí.
De un junco que crece gemelo, primero uno, luego el otro,
Es extirpado.
En un soto boscoso, el terror de los altos árboles se eleva a mi alrededor.
Vierten agua sobre mi sagrado corazón.
El fondo de mi mantequera se desprende.
Mi copa se cae de su clavija.
Mi cayado de pastor ha desaparecido.
Un águila atrapa a un borrego del corral.
Un halcón atrapa a un gorrión sobre la barda de juncos.
Mi hermana, tus cabras arrastran sus barbas de lapislázuli sobre el suelo.
Tus borregos rascan la tierra con patas dobladas.
La mantequera yace silente, no hay leche que se vierta.
La copa yace en añicos; no hay más Dumuzi.
El corral se entrega a los vientos.”
Geshtinanna dijo:
“Mi hermano, no me cuentes tu sueño.
Dumuzi, no me cuentes tal sueño.
Los juncos que se elevan sobre ti,
Los juncos que se engrosan a tu alrededor,
Son tus demonios, que te persiguen y atacan.
El junco solitario que tiembla por ti
Es nuestra madre; ella llevará luto por ti.
El junco que crece gemelo, del cual, primero uno, luego el otro,
Es extirpado, Dumuzi,
Es tú y yo; primero uno, luego el otro, será extirpado.
En el soto boscoso, el terror de los altos árboles que se eleva a tu alrededor
Son los galla; ellos descenderán sobre ti en el corral.
Cuando el fuego se apague sobre tu corazón sagrado,
El corral se convertirá en la morada de la desolación.
Cuando el fondo de tu mantequera se desprenda,
Serás aprehendido por los galla.
Cuando tu copa se caiga de su clavija,
Caerás al suelo, sobre las rodillas de tu madre.
Cuando tu cayado de pastor desaparezca,
Los galla causarán que todo se marchite.
El águila que atrapa al borrego en el redil
Es el galla que te arañará las mejillas.
El halcón que atrapa al gorrión sobre la barda de juncos
Es el galla que trepará la barda para llevarte.
Dumuzi, mis cabras arrastran sus cuentas de lapislázuli por el polvo.
Mi cabello se arremolinará en el cielo por ti.
Mis borregos rascan la tierra con las patas dobladas.
O Dumuzi, laceraré mis mejillas de dolor hacia ti.
La mantequera yace silente; no se vierte leche.
La copa yace en añicos; ya no hay Dumuzi.
El corral es entregado a los vientos”
Dumuzi escapó de sus demonios.
Huyó al corral de su hermana, Geshtinanna.
Cuando Geshtinanna encontró a Dumuzi en el corral, lloró.
Llevó su boca cerca del cielo.
Llevó su boca cerca de la tierra.
Su pena cubrió el horizonte como una vestidura.
Se laceró los ojos.
Se laceró la boca.
Se laceró los muslos.
Los galla treparon la barda de juncos.
El primer galla golpeó a Dumuzi en una mejilla con un clavo cortante.
El segundo galla golpeó a Dumuzi con el cayado de pastoreo.
El tercer galla quebró el fondo de la mantequera,
El cuarto galla tiró la copa de su clavija,
El quinto galla destruyó la mantequera,
El sexto galla destruyó la copa,
El séptimo galla gritó:
“¡Levántate, Dumuzi!
¡Esposo de Inanna, hijo de Sirtur, hermano de Geshtinanna!
¡Levántate de tu falso sueño!
¡Tus ovejas fueron capturadas! ¡Y tus borregos!
¡Y tus cabras! ¡Y tus cabritos!
¡Despójate de la corona sagrada de tu cabeza!
¡Despójate de las vestimentas de tu cuerpo!
¡Que tu cetro real caiga al suelo!
¡Despójate de las sandalias sagradas de tus pies!
¡Desnudo, vienes con nosotros!
Los galla capturaron a Dumuzi.
Lo rodearon.
Ataron sus manos. Ataron su cuello.
La mantequera estaba silente. No había leche para verter.
La copa estaba quebrada. Ya no había Dumuzi.
El corral fue entregado a los vientos».[3]
«Además, usted puede leer en los calendarios babilónicos que afligirse y llorar por el dios Dumuzi comienza el segundo día del mes “Dumuzi”, es decir Tamuz [Julio], y las conmemoraciones que se llevan a cabo portando antorchas son en el noveno, décimo sexto y décimo séptimo día. Durante los últimos tres días del mes, se lleva a cabo una ceremonia llamada “Talkimtu” en lengua acadia, en ella hay una manifestación ritual y entierro de una imagen que representa al dios Tamuz. A pesar del impacto causado por la ideología de la muerte del dios Dumuzi en la antigua sociedad mesopotámica y fuera de ella, la aflicción por él nunca se convirtió en uno de los rituales del templo. Al contrario, continuó siendo una práctica popular… Y hemos notado una cantidad de lamentaciones escritas por los poetas sumerios y babilonios que se lamentan por el joven dios Dumuzi, leídas en conmemoraciones de diferentes ciudades».[4]
[1] Antiguo Testamento – Libro de Ezequiel 8:13-16.
[2] Fuente: Kramer, La historia empieza en Sumeria, págs. 140-141.
[3] Fuente: Kramer y Wolkstein, Inanna la Reina del Cielo y la Tierra.
[4] Fuente: Fadil Abdul Wahid Alí, Ishtar y la Tragedia de Tamuz. El arqueólogo, profesor y doctor Fadil Abdul Wahid Alí es un catedrático sobre los sumerios y asirios, y anterior decano de la Facultad de Artes de la Universidad de Bagdad.
Extracto del libro La ilusión del ateísmo de Ahmed Alhasan (a)