• Categoría de la entrada:El yermo o el camino a Dios
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Los hijos de Israel estuvieron cuarenta años perdidos en el Sinaí después de salir de Egipto con Moisés y Aarón (con ambos sea la paz). Este yermo fue un castigo por rebelarse contra Moisés (a) y contra el mandato divino de entrar a Tierra Santa (Palestina). Además, fue para corregirlos y librarlos de los motivos de corrupción arraigados en sus almas como resultado de estar bajo el dominio del faraón y su partido. En el Corán está mencionado este yermo. Dijo el Altísimo:

{Y cuando dijo Moisés a su pueblo: «Oh, pueblo mío, recordad la gracia de Dios para con vosotros, cuando puso entre vosotros profetas y os puso como reyes entregándoos lo que no había sido entregado a nadie de los mundos» * «Oh, pueblo mío, entrad a Tierra Santa que ha prescrito Dios para vosotros y no retrocedáis sobre vuestras espaldas pues os volveríais de los perdedores» * Dijeron: «Oh, Moisés, ciertamente, en ella hay un pueblo de gigantes y no entraremos en ella hasta que salgan ellos. Así pues, si ellos salen, nosotros entraremos» * Dos varones de los que temían dijeron a los que había agraciado Dios: «Entrad contra ellos por la puerta. Pues, si entráis por ella, seréis vencedores. Y a Dios encomendaos, si sois creyentes» * Dijeron: «Oh, Moisés, no entraremos en ella jamás mientras ellos permanezcan en ella. Así que id tú y tu Señor, y matadlos. Nosotros estaremos aquí sentados» * Dijo: «Señor mío, Dios mío, no soy dueño sino de mi alma y mi hermano. Distingue entre nosotros y el pueblo de los trasgresores» * Dijo: «Pues estará vedada para ellos durante cuarenta años que andarán errando en la Tierra. Así que no te lamentes por el pueblo de los trasgresores»}.[1]

Antes del yermo, los hijos de Israel vivían en Egipto. El primero en elegir a Egipto como patria fue José, el hijo de Jacob (con ambos sea la paz). Luego él invitó a su padre y hermanos a Egipto, cuando a la fuerza fue ministro del tesoro de uno de los faraones. Desde entonces Israel o el profeta de Dios, Jacob, hijo de Isaac, hijo de Abraham (a) y sus hijos, se mudaron de una vida en el desierto donde pastoreaban algunos rebaños a Egipto, y a una vida de ciudad y estabilidad.

Después de aquello, la descendencia del profeta de Dios, Jacob, continuó viviendo en Egipto, invitando al monoteísmo, a la religión de la verdad, y a abandonar la adoración a los ídolos y a la deificación del faraón. Tal vez esta invitación haya sido a veces en público y otras en privado, y el número de los hijos de Israel aumentó en Egipto.

Y la invitación a la verdad chocaba con los intereses de los gobernantes opresores de los faraones, pues estos impíos temían perder su reino y que este reino terrenal pasara a los grandes profetas de los hijos de Israel. Por eso practicaban los peores tipos de opresión y terrorismo con los hijos de Israel, los humillaban, los denigraban, asesinaban a sus hijos, les impedían practicar sus actos de adoración y los ritos de Dios. Intentaban por todos los medios erradicar la enseñanza de la religión del monoteísmo y reintegrar a los egipcios y a los hijos de Israel al politeísmo y a la incredulidad en Dios y en su religión, a obedecer al faraón y a todo lo que él les ordene de adorar estatuas e imágenes, y de asesinar a creyentes. Si no hubiera sido por la creencia en la espera que había entre los hijos de Israel y que se había fortalecido en sus almas por las buenas nuevas de los profetas (a) acerca de un sucesor esperado que destruiría al faraón, a Hamán y a sus soldados, no hubiera quedado entre ellos ni un creyente ni se hubieran unido en torno a este salvador cuando vino. Sin embargo y lamentablemente, fue sólo una unión de personas denigradas en torno a un líder que los libraría de la injusticia de un tirano, y no se dieron cuenta de que este líder era un gran profeta enviado para purificar sus almas, y restaurar la religión del monoteísmo y su enseñanza que casi desaparece.

Moisés (a) fue enviado con señales y evidencias, pero el faraón, Hamán y sus soldados corrompidos por el lujo entre los hijos de Israel como Coré, eran arrogantes y continuaban ofendiendo y dañando a todo el que creyera en Moisés (a). Dijo el Altísimo: {Y, ciertamente, ya hemos enviado a Moisés con nuestras señales y una autoridad evidente * al faraón, y a Hamán, y a Coré. Así pues, ellos dijeron: «Es un mago, un mentiroso» * Y cuando llegaron a ellos con la verdad procedente de nosotros, dijeron: «Matad a los hijos de los que han creído con él y dejad vivas a sus mujeres». Y el ardid de los infieles no está sino en un extravío * Y dijo el faraón: «Dejadme que mate a Moisés para que invoque a su Señor. Ciertamente, temo que él cambie vuestra religión o que haga aparecer en la Tierra la corrupción» * Y dijo Moisés: «Me he refugiado en mi Señor y vuestro Señor de todo soberbio que no crea en el Día de la Cuenta»}.[2]

Después de esta etapa fue necesario migrar en la vasta tierra de Dios. Moisés (a) y los hijos de Israel salieron de Egipto como emigrantes en el camino de Dios, pero al faraón no le agradó ver libres a estos desamparados saliendo de su puño y opresión, así que los siguió con sus soldados y esa fue la situación y el gran examen. Los hijos de Israel se detuvieron, frente a ellos estaba el mar y detrás comenzaba a verse el ejército del faraón. Entonces se aterraron y dijeron “nos alcanzarán”, y no se daban cuenta de que el que los había liderado hasta este lugar era un gran profeta enviado por Dios Glorificado sea. Entonces él (a) les anunció que ellos eran emigrantes hacia Dios con sus palabras: {Dijo: «¡Pero no! Ciertamente conmigo está mi Señor. Él me guiará»}.[3]

Entonces Dios le inspiró que golpee el mar con su cayado y el mar se abrió para él; porque el mar es uno de los siervos de Dios y no puede ser un obstáculo frente a este siervo leal encomendado a Dios. El mar no puede ser un obstáculo frente a este torrente abrumador de fe, no puede ser un obstáculo frente a Moisés (a); porque Moisés es un ser humano y cada cosa en la Tierra fue creada para servir al ser humano que es la más amplia de las criaturas en su capacidad para conocer a Dios, pero que si obedece al demonio se vuelve más ignorante y más duro que una piedra. Y ciertamente, entre las piedras hay de las que brotan ríos. Y ciertamente, entre ellas hay las que caen por temor a Dios.

Este milagro era él último que el faraón y sus soldados veían de Moisés (a), pero sus corazones eran más duros que piedra, así que no se detuvieron impresionados, sino que avanzaron entre las dos montañas de agua con sus almas colmadas de obstinación y soberbia. Así pues, fueron ahogados. Allá ellos.

Los hijos de Israel se salvaron, cruzaron el mar y se encontraron en un desierto desolado después de haber vivido en el valle fértil del Nilo. Pero Moisés (a) vino a ellos con buenas nuevas y el mandato divino de entrar a Tierra Santa prometiéndoles la victoria de Dios. Se supone que después de todas aquellas señales y milagros que vieron en Egipto, y después de que el mar se abriera y ahogara al faraón y sus soldados, no vacilaran en obedecer. Se supone que tuvieran certeza de la victoria. ¡Pero vacilaron y se negaron a entrar a Tierra Santa!

Quizás los motivos más importantes de esta negativa hayan sido:

  1. La debilidad de la fe que tenían en la profecía de Moisés (a) y su mensaje; pues muchos de ellos lo veían como a un líder, no como a un gran profeta. Incluso algunos de ellos se rebelaron contra su liderazgo (a).
  2. La debilidad de la devoción y el temor a Dios; puesto que los llevó a rebelarse y a desobedecer indiferentemente.
  3. La debilidad de las almas, el temor a los falsos dioses, la sumisión y la rendición a ellos, y el acostumbramiento a la injusticia. Por tanto, abandonaron la lucha en el camino de Dios.
  4. El interés más por la vida del Mundo Temporal que por la Última. Así pues, se arraigó en sus almas el amor por el Mundo Temporal y un apego anormal a esta vida como es el caso de muchos musulmanes hoy.
  5. La expansión del amor propio entre ellos; incluso algunos se veían a sí mismos mejores que Moisés y Aarón (con ambos sea la paz), ¡y no aceptaban sus liderazgos! Como está en la Torá, Números 16: [Y se rebeló Coré, hijo de Izhar, hijo de Coat, hijo de Leví, con Datán y Abiram, hijos de Eliab, y On, hijo de Pelet, hijos de Rubén, 2 y se alzaron contra Moisés, junto con algunos de los hijos de Israel, doscientos cincuenta jefes de la congregación, escogidos en la asamblea, hombres de renombre. 3 Y se juntaron contra Moisés y Aarón, y les dijeron: ¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y el SEÑOR está en medio de ellos. ¿Por qué, entonces, os levantáis por encima de la asamblea del SEÑOR? 4 Cuando Moisés escuchó esto, cayó sobre su rostro; … 12 Entonces Moisés mandó llamar a Datán y a Abiram, hijos de Eliab, pero ellos dijeron: No iremos. 13 ¿No es suficiente que nos hayas sacado de una tierra que mana leche y miel para que muramos en el desierto, sino que también quieras enseñorearte sobre nosotros? …].

En el Corán hay algo aproximado en este sentido.

Nos corresponde recordar que el amor propio y la soberbia son un flagelo moral de los hijos de Adán que ha arrojado a muchos de ellos al abismo del Infierno. ¿Y cuánto el demonio ha hecho realidad su promesa de desviar a los hijos de Adán por medio de la soberbia? ¿Cuánto ha sido la soberbia el principal obstáculo que ha impedido a los hombres obedecer a los profetas (a) y creer en ellos? La mayoría de los hombres que se ensoberbecen contra los profetas y albaceas (a) están entre los más ricos, los que se dan al lujo y los jefes de pueblo. Dijo el Altísimo:

{Y no hemos enviado a ninguna población un advertidor sin que dijeran los dados al lujo de ella: «Nosotros, con lo que habéis sido enviados, somos infieles»}.[4]

Puesto que se ven a sí mismos mejores que los profetas y albaceas (a), que todo líder religioso o terrenal designado por Dios, y los envidian por lo que Dios les ha otorgado. Dijo el Altísimo:

{¿O es que envidian a los hombres por lo que les ha otorgado Dios de su favor? Pues ya hemos otorgado a la familia de Abraham el libro, y la sabiduría, y les hemos otorgado un reino grandioso * Así pues, entre ellos está quien ha creído en él, y entre ellos está quien se aparta de él. Y es suficiente el Infierno como llama abrazadora}.[5]

Y por lo que ha pasado sabemos que las almas de los hijos de Israel que habían salido con Moisés (a) tenían muchos defectos morales. Así que el yermo con el que Dios los castigó por negarse a entrar a Tierra Santa era necesario; para purificar sus almas y hacerlos volver a la naturaleza del monoteísmo y el bien.

Además, durante los cuarenta años de yermo creció una generación de los hijos de Israel en el desierto, hijos y nietos de los que habían emigrado con Moisés (a). No tenían un hogar en el cual instalarse ni muchos de los adornos del Mundo Temporal que los aten a él y los vinculen con su gente. Ya no estaban bajo la autoridad de ningún falso dios que les inflija la peor tortura e infunda en sus almas la debilidad y el miedo. Así que crecieron libres y amantes de la libertad. Quizás los milagros que habían visto en el yermo hayan tenido un gran efecto en la educación de ellos durante su crianza espiritual y de elevada fe. Así que en este yermo surgió una generación creyente, fuerte, valiente, calificada para llevar el mensaje divino y difundirlo, calificada para combatir a la oscuridad, luchar en el camino de Dios y entrar a Tierra Santa.

Desde aquí queda claro el motivo del interés del Señor en estos padres y en enviarles un gran profeta dotado de grandeza que fue Moisés (a), aun cuando la mayoría de ellos eran corruptos y no eran buenos para llevar el mensaje divino. Es más, los que emigraron con Moisés (a) murieron todos en el yermo y no quedó ninguno excepto Caleb y Josué (con ambos sea la paz), para que después Josué (a) guiara a los hijos y nietos hasta la entrada de Tierra Santa y a la victoria sobre los gigantes.

En conclusión, este yermo sirvió como proceso reformador además de ser un castigo. El propósito principal era corregir las almas de los hijos de Israel y educarlos para rechazar la injusticia, la corrupción, los gobernantes opresores y los falsos dioses después de que se habían inclinado y rendido a ella sin mover un músculo para cambiar su mala situación en Egipto. El lugar en el que estaba el yermo tuvo un gran efecto, pues era un páramo para que el ser humano recurriera a Dios, se encomendara a Él, se fortalezca con la lealtad a Dios y el recuerdo de Dios. Además, su personalidad (a) tuvo un gran efecto en la corrección de los hijos de Israel y su preparación para llevar el mensaje divino. Así que este ser señorial, elegido por Dios Glorificado y Altísimo para sí mismo y para apoyar su religión como se informa en el Corán,[6] luchó en el camino de Dios solo, cuando estaba en el palacio del faraón, ayudaba a los oprimidos y les hacía frente a los soberbios. Cuando ya no hubo más opción que la fuerza mató a uno de estos injustos como está en el Corán. Dijo el Altísimo:

{Y entró en la ciudad en un momento de distracción de su gente. Y encontró en ella a dos varones combatiendo. Éste de sus seguidores y éste de sus enemigos. Así pues, le pidió ayuda el que era de sus seguidores contra el que era de sus enemigos. Y lo apuñeteó Moisés y lo liquidó. Dijo: «Este era de la obra del demonio. Ciertamente, él es un enemigo engañoso evidente»}.[7]

Con respecto a que él dijo “Este era de la obra del demonio”, talvez dijo esto refiriéndose a la cuestión que se derivó como resultado del asesinato o quizás se refirió a la misma persona asesinada, que era una obra del demonio considerando que quien mancilla la naturaleza del monoteísmo y el bien, es un demonio.

Moisés (a) se exilió de Egipto después de este incidente, asustado por su religión y expectante por la misericordia de Dios, prometiendo a Dios por la fuerza, la fe y la guía que le había otorgado, que jamás ayudaría a un injusto ni siquiera con el silencio por su injusticia. Así que emigró hacia Dios dejando el mundo material y vil, y el lujo que había en el palacio del faraón, satisfecho y contento con el don de Dios. Entonces Dios le concedió una afiliación con un gran profeta que fue Jetro (a) y el matrimonio con una de sus hijas. Se quedó con él diez años, pastoreando rebaños, y quizás esto haya sido algo que Dios tenía preparado para él.

Luego quiso Dios que él regresara a su pueblo en Egipto después de esta ausencia entre ellos; para sacarlos de las tinieblas hacia la luz, y de la esclavitud hacia la libertad. Así que produjo entre ellos a una generación buena, señorial, capacitada para llevar el mensaje divino como pasó. Y no hubiera producido a estos hijos libres sumisos a Dios entre aquellos siervos ensoberbecidos y rebeldes al mandato de Dios, si no hubiera sido por la misericordia de Dios, por su favor para con ellos y por este ser santo, Moisés (a), que fue preparado y purificado por Dios.


[1] Sagrado Corán – sura Al-Maida (La mesa servida), 20-26.

[2] Sagrado Corán – sura Gafir (Perdonador), 23-27.

[3] Sagrado Corán – sura Ash-Shuará (Los poetas), 62.

[4] Sagrado Corán – sura Saba (Saba), 34.

[5] Sagrado Corán – sura An-Nisá (Las mujeres), 54-55.

[6] Se refiere (a) a las palabras del Altísimo: {Te he elegido para mí * Id tú y tu hermano con mis señales y no flojeéis en mi recuerdo * Id ambos al faraón. Ciertamente, se ha vuelto tirano} Sagrado Corán – sura Ta Ha (Ta Ha), 41-43.

[7] Sagrado Corán – sura Al-Qisas (El relato), 15.


Extracto del libro El yermo o el camino a Dios de Ahmed Alhasan (a)