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Antes del envío de Moisés (a), los hijos de Israel aguardaban a este gran Profeta y Reformador Esperado. Incluso daban las buenas nuevas de su nacimiento y preparaban el recibimiento de este hijo bendito. Aquél que los libraría del gobierno déspota del Faraón que estaba en estado de alerta para capturar y matar a este bendito recién nacido, para librarse de él antes de que creciera y accione contra el gobierno déspota, avergüence a los faraones y sus espurias pretensiones, y conduzca a los hijos de Israel a la salvación llevando las palabras de “no hay divinidad sino Dios” a la gente de la Tierra. Los años del nacimiento del prometido llegaron y el Faraón mató a los recién nacidos de los hijos de Israel en esos años en que esperaban el nacimiento de Moisés (a), suponiendo que así podrían cambiar la tradición de Dios. Y Dios quiso humillarlo y mostrar su debilidad frente al poder divino y la planificación. El Glorificado crió a Moisés concretamente en el palacio del Faraón, y el tutor de Moisés no fue sino un faraón déspota, que intentaba noche y día, eliminar a este recién nacido.

Dijo el Altísimo: {Así pues, lo recogió la familia del Faraón, para que sea para ellos un enemigo y una desgracia. Ciertamente, el Faraón y Hamán y las huestes de ambos estaban equivocados * Y dijo la mujer del Faraón: «Es un consuelo para mí y para ti. No lo mates. Tal vez nos sea útil o lo adoptemos como hijo». No lo presintieron}.[1] Mientras el Faraón y sus huestes, que consideraban débiles a los hijos de Israel, humillaban y asesinaban a sus hijos y a los mejores de ellos, Moisés crecía en el palacio del Faraón y veía lo que sucedía en el palacio: los planes de terror y el propósito de estos, el descrédito del pueblo y la carga de obedecer al Faraón, o por lo menos la rendición a las órdenes llevadas a cabo y el abandono de la resistencia. {Dijo el Faraón: «No os hago ver sino lo que yo veo y no os guío sino a un camino de integridad»}.[2]

Moisés (a) veía que la política del Faraón y su partido representaban un obstáculo para la difusión de la religión divina, un impedimento para la legislación religiosa de los hijos de Israel y una propagación de la corrupción, y que, por lo tanto, empujaba a la generación surgida en este entorno corrupto a la corrupción, al abandono de la religión y del cumplimiento de la sagrada ley divina. Este es el factor más importante del cual depende el déspota en su gobierno, ya que garantiza que el pueblo renuncie a Dios, al poder verdadero y al auxilio verdadero capaz de acabar con los déspotas y con su demoníaco partido.

[1] Sagrado Corán – sura «Al-Qisas» (El relato), 8-9.

[2] Sagrado Corán – sura «Gafir» (Perdonador), 29.


Extracto del libro El becerro de Ahmed Alhasan (a)