• Categoría de la entrada:La soberanía de Dios
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Estos son los últimos días, los tiempos decisivos, los días del acontecimiento humillante y dignificante. Hay gente que se ha rebajado tanto que algunos se han asentado en el abismo de un valle. Hay gente que ha empezado a elevarse tanto que es como si se hubiera asentado en la cima de las montañas. Y hay gente ebria y perpleja. No son de estos ni de aquellos. Son el populacho, la gentuza que toma partido por cada cacareo.

En estos tiempos decisivos, tiempos de examen divino para la gente de la Tierra, la mayoría de los que dicen ser islámicos o representar el islam han caído de una forma u otra. Lamentablemente, los primeros en caer en el abismo fueron los eruditos inoperantes, cuando empezaron a repetir la demoníaca frase de “la soberanía de los hombres” que hace largo tiempo vienen repitiendo los enemigos de los profetas, de los mensajeros y de los imames (a). Pero esta vez la trajo el demonio mayor. Su filigrana los deslumbró y endulzó sus ojos. La llamaron “democracia”, “libertad”, “elecciones libres” y de cualquier otra forma que les impidiera rechazarla. Esta los golpeó en su punto más débil y se sometieron a ella entregándose a su gente. Y esto fue porque eran eruditos inoperantes. Quienes los siguen no son sino la cáscara de la religión y pulpa vacía, pues la religión es un lametazo en sus lenguas, nada más.

Así, estos eruditos inoperantes cargaron con la lanza del demonio mayor y la plantaron en el corazón del Comandante de los Creyentes Alí (a), abriendo la herida de la consulta y del viejo cobertizo que apartó al califa de Dios de su derecho. Establecieron la soberanía de los hombres que no aceptan ni Dios —Glorificado y Altísimo—, ni su Mensajero, ni los imames (a) y de este modo, estos eruditos inoperantes aprobaron la destitución de los profetas, de los mensajeros y de los imames (a). Estos injustos aprobaron el asesinato de Husein, el hijo de Alí (a).

Lo que más me duele es no encontrar a nadie que defienda la soberanía de Dios —Glorificado y Altísimo— en la Tierra que es de Él. Hasta los que reconocen esta soberanía verdadera han desistido de defenderla, porque se han dado cuenta que al defenderla se enfrentan a una corriente turbulenta y despiadada. Lo peor y más grave es que todos reconocen la soberanía de los hombres y la aceptan, hasta la gente del Corán muy lamentablemente —excepto unos pocos que han permanecido fieles a la alianza con Dios— mientras en ella leen:

{Di: «Oh Dios, Rey del reino, entregas el reino a quien quieres}.[1]

De este modo, estos eruditos inoperantes han quebrado el eje fundamental de la religión divina que es la soberanía de Dios y el califato del patrono de Dios —Glorificado y Altísimo. Así que ya no queda lugar para la Gente de la Casa (a), los califas de Dios en la Tierra y su remanente, el Imam Al-Mahdi (a), según las elecciones o la democracia en cuya montura marchan estos eruditos inoperantes. Es más, estos eruditos inoperantes han violado el Noble Corán, en conjunto y en detalle, pues Dios Glorificado dice en el Corán: {«Ciertamente, Yo soy el que pone en la Tierra un califa»}.[2]

Él ha hecho descender la constitución y la ley en el Corán, ¡y estos dicen que al gobernante o al califa lo designan los hombres mediante elecciones y que la constitución la elaboran los hombres! Así, estos eruditos inoperantes se han opuesto a la religión de Dios —Glorificado y Altísimo. Es más, se han opuesto a Dios Glorificado y se han puesto del lado del demonio lapidado, maldígalo Dios.

Por esto consideré oportuno escribir estas palabras, para que no quede argumento a nadie y aclare para el que tiene ojos, aunque la verdad ya es clara y sin ambigüedad. Espero que Dios —Glorificado y Altísimo— ponga estas palabras como uno de sus argumentos el Día de la Resurrección contra aquellos eruditos inoperantes, contra los imitadores y contra quien marche sobre sus monturas y le haga la guerra a Dios —Glorificado y Altísimo— y a la familia de Muhammad (a) reconociendo (siguiéndolos) ídolos y falsos dioses y usurpando la sucesión de Alí, el hijo de Abu Talib (a) y de los Imames de su descendencia (a).

[1] Sagrado Corán – sura «Al Imrán» (La familia de Imrán), 26.

[2] Sagrado Corán – sura «Al-Báqara» (La vaca), 30.


Extracto del libro La soberanía de Dios, no la soberanía de los hombres de Ahmed Alhasan (a)