• Categoría de la entrada:La soberanía de Dios
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Y la alabanza a Dios, Señor de los mundos {Y quien rinda su rostro a Dios y haga el bien, pues ya se habrá aferrado al asidero más firme. Y hacia Dios está la consecuencia de los asuntos}.[1]

[1] Sagrado Corán – sura «Luqmán» (Luqmán), 22.

La democracia es el gobierno del pueblo y para el pueblo. Se realiza mediante la elección de dos poderes, el legislativo y el ejecutivo. Las facultades, derechos y obligaciones de estos dos poderes están determinados por una constitución o ley general, que puede diferir parcialmente entre un lugar y otro según los valores y las tradiciones predominantes en una sociedad. A pesar de que esta ideología es bastante antigua —Platón ya había escrito sobre ella hace miles de años—, no se ha implementado a conciencia ni de una forma parecida a la verdadera idea propuesta por la democracia, excepto en América después de la guerra por la independencia o secesión que libró el pueblo americano cuya mayoría era inglesa y se oponía al país ocupante o madre Inglaterra.

Quizás lo mejor aquí sea dejar que un miembro del pueblo americano y uno de los intelectuales de la democracia de América, Martin Dodge, nos describa la democracia desde la cuna de la democracia moderna, cuando dice:

«La democracia llegó porque la gente quería vivir libre… y la democracia americana no vino por sí sola, sino que fue el resultado de luchas y resistencias. Convierte a los individuos en sus propios amos… Nos presenta muchas oportunidades… Es más, arroja responsabilidades sobre los hombros de cada individuo de la sociedad… Además, extiende un camino sin final de progreso y prosperidad…».

Luego dice: «El sistema al que estamos acostumbrados en América es, en esencia, la doctrina democrática, pues no se ha vivido bajo ningún otro sistema. Por eso nos inclinamos a darla por garantizada. Y pasamos por alto que le llevó mucho tiempo formarse a la democracia y que no terminó de completarse sino después de cientos de años de luchas. Finalmente llegó a nosotros porque nos hemos empeñado en vivir libres y porque detestamos ser conducidos como ganado de un lugar a otro.

La idea de la democracia es que la gente tenga el primer lugar y la preeminencia, y que sea seguida, en segundo lugar, por las autoridades gobernantes.

Bajo el sistema democrático la sociedad se gobierna a sí misma y al mismo tiempo, la gente ocupa los cargos más importantes.

En cuanto a las autoridades, se vuelven un peligro cuando les otorgamos esta cualidad. Cuando investigamos esta idea en la historia humana no vemos en lo absoluto que se haya puesto en práctica, pues los hombres han sido gobernados por reyes, emperadores o dictadores que concedían a sus ciudadanos derechos endebles y triviales privilegios individuales sin que estos ciudadanos tuvieran voz ni influencia en el gobierno establecido, pues no tenían santidad, ni blindaje, ni protección.

Es más, estaban expuestos a tributos, calamidades y a restricciones. Incluso algunos eran ejecutados simplemente por un indicio o una ocurrencia.

Al principio, la democracia surgió en Grecia, pero sus raíces, que son lo más importante en nuestra época actual, se plantaron en Inglaterra hace casi siete siglos, cuando el Rey John firmó la constitución (la Carta Magna) en el año 1215. Él, en el fondo de su corazón, no deseaba esto, porque sentía que en esto había una entrega y un reconocimiento de la existencia a su lado de otro poder con autoridad entre manos.

Es sabido que los jefes de estado y los integrantes de los órganos gubernamentales se rehúsan a ceder el prestigio y la autoridad de los que se han apoderado. Es más, se aferran a ellas con temor a que se les escape de las manos.

En cuanto a la democracia; pues esta establece que el poder de la autoridad debe estar en manos del pueblo.

Desde que se firmó la Carta Magna hubo en Inglaterra una serie de acontecimientos que se prolongaron durante casi cuatro siglos. El proceso fue lento, pero finalmente allí se aprobó el sistema parlamentario, cuando Sir Edward Coke se puso de pie en la Cámara de los Comunes a principios del siglo XVII, y proclamó con una audacia incomparable que algunos decretos reales eran ilegales porque violaban la constitución y que por lo tanto, pasaban a ser de cumplimiento no obligatorio.

Así fue Inglaterra cuna de la democracia. Sin embargo, no concedió este privilegio a sus colonias en América y siguió tratando a sus habitantes como a ganado.

Las restricciones impuestas a las colonias llenaron de fuerza la lucha por la libertad, en lugar de extinguirla. Como todos sabemos, esta fue la causa que encendió el fuego de la revolución americana que dio como resultado el establecimiento del estado más poderoso del mundo moderno: los Estados Unidos de América. Hemos afianzado su existencia con la consolidación de los pilares de la doctrina democrática en la declaración de independencia, la constitución, sus apéndices conexos y lo que se conoce como Declaración de Derechos.

Sabemos que no hemos llegado a la posibilidad de un “gobierno estrictamente perfecto”. A pesar de ello, ¿cuál es su opinión sobre nuestra felicidad…? ¿Y sobre nuestra libertad? ¿Y sobre nuestro progreso y nuestros adelantos? ¿Y sobre nuestro nivel de prosperidad? ¿Y sobre nuestras entidades sanitarias, y la seguridad de nuestra existencia física y moral que debemos al sistema democrático?

Ponemos todo esto frente a todo lector para que lo medite, lo considere y lo sopese. Pues las formas de gobierno que seguimos no nos han llegado espontáneamente, sino después de largas luchas».

Y finaliza sus palabras diciendo: «Y con cada paso que damos, la democracia allana el camino hacia el éxito infinito; facilitando el acceso a una vida siempre agradable y feliz para cada uno de sus adeptos como recompensa acorde a sus esfuerzos individuales».[1]

Todo ser racional e imparcial reconocerá que la doctrina democrática ha derrotado ideológicamente a todas las demás doctrinas políticas antes de derrotarlas en la verdadera arena política de Europa y algunos países de América del Sur, Asia y África. Esto es porque todas estas doctrinas nacen de una sola realidad: que se otorga la exclusividad de la autoridad a un grupo o individuo. Estos grupos o individuos y el pensamiento no canónico que acostumbran tener se erigen como divinidades que promulgan y establecen leyes que el pueblo debe cumplir sin objeción alguna. Lo tragicómico es que muchos sistemas de gobierno dictatoriales y fascistas dicen ser hoy democracias y organizan plebiscitos, convenios y elecciones formales para demostrar que son democracias. Esta es la mayor evidencia de la derrota de todos los sistemas de gobierno frente a la doctrina democrática. Por esto la han adoptado y la han cortejado, y todos han empezado a decir que la han alcanzado de la noche a la mañana, o por lo menos que van en ese camino. Hasta las doctrinas ideológicas religiosas han comenzado hoy a cortejar a la doctrina democrática y sus ponentes se hacen llamar democráticos. Y lamentablemente, son como la paloma que empieza a imitar al cuervo porque este es de mayor tamaño: ya no es una paloma, ni se ha convertido en cuervo.

No veo hoy ninguna doctrina que le haga frente a la democracia —argumento por argumento— que plantee un pensamiento sólido y digno de ser seguido y que sea catalogada como verdadera contraparte ideológica a la democracia excepto la doctrina del reformador esperado presente en la religión judía representado por Elías, en la religión cristiana representado por Jesús (a) y en la religión islámica representado por el Mahdi (a). Asimismo, está presente en otras religiones como reformador esperado sin especificar a una persona determinada.

[1] Conoce tus ismos, Martin Dodge.


Extracto del libro La soberanía de Dios, no la soberanía de los hombres de Ahmed Alhasan (a)