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Esta explicación está construida sobre la misma ley de la evolución. Así pues, supone que la selección natural habría perfeccionado cada cosa en nosotros como para que no haya ningún efecto en el comportamiento del ser humano que no sea el de los genes egoístas, pues el comportamiento del ser humano por lo general, según ellos, se debe a una causa biológica y, en consecuencia, el cerebro, según ellos, es suficiente para justificar las particularidades del comportamiento humano.

La realidad es que esta tesis es la más abominable si la observamos desde un punto de vista ético; porque es una tesis coercitiva. Si quisiéramos aplicarla sobre el terreno se justificaría el pensamiento extremista, perverso y criminal del extremismo, la perversidad y el crimen, pues el criminal habría de cometer su crimen porque habría una causa biológica que lo llevara a eso, y el benefactor haría el bien porque habría una causa biológica que lo llevara a eso. Esta tesis fracasa al explicar el comportamiento del ser humano cuando éste controla sus necesidades biológicas y lo que le dictan sus genes debido a una visión social o a una creencia intelectual determinada. Y fracasa también al explicar la moral verdadera inherente (que, en principio, no cree que exista).

Por ejemplo: la selección natural habría perfeccionado el altruismo en nosotros por medio de la preferencia de las características del altruismo útil para la supervivencia de los genes, como el altruismo de los padres con sus hijos o el altruismo recíproco. Pero esto puede explicar un altruismo que entraña un interés genético, es decir, que son los genes los que lo construyen en los organismos durante la marcha evolutiva, porque es el camino más ideal para trasmitirlos a las generaciones venideras, como es el caso del altruismo de los padres con sus hijos o entre los parientes, pues por lo general, todos ellos tienen un número considerable de genes compartidos.

Además: esto puede explicar la existencia del altruismo de reciprocidad futura en una situación futura, como el proceso en el que los murciélagos vampiros regurgitan algo de sangre, donándola a un compañero murciélago hambriento que en una noche no haya conseguido una presa de dónde chupar sangre, con la esperanza de ser tratado igualmente cuando le toque la misma dificultad.

Sin embargo, esta tesis, que es adoptada por muchos biólogos, no puede explicar el altruismo verdadero que no está construido sobre el egoísmo genético o la reciprocidad. Así como tampoco puede explicar la cultura ética propiamente dicha, que apareció repentinamente en la historia reciente del ser humano, es decir, hace solo unos miles de años.


Extracto del libro La ilusión del ateísmo de Ahmed Alhasan (a)